Milagros Socorro
Absolutamente nada de lo que aparece en el show Aló, presidente es espontáneo. Todo está cuidadosamente planificado y vigilado por los «asesores» cubanos. Si en los primeros tiempos del maratónico el pueblo logró colarse por alguna mínima hendija para manifestar sus expectativas o descontento, hace años que eso es inconcebible. No hay manera de que ningún venezolano logre colar una palabra a través de la férrea muralla que constituye ese tinglado audiovisual. La aparición, pues, de una pobre mujer afirmando que su hermana parturienta había sido «ruleteada» por varios centros asistenciales sin conseguir atención en ninguno de ellos, es un segmento más dentro del espectáculo.
Una de las muchas variedades que allí se presentan, entre las canciones y declamaciones del golpista del 92, los regaños a trabajadores, las humillaciones a ministros y los insultos a demócratas venezolanos, proferidos por delincuentes de prontuario internacional, como Ortega, el violador.
La supuesta denunciante, vestida de rojo desde el gorro hasta donde llega cámara, hizo su parte contando el vía crucis de su hermana como si se tratara de un hecho aislado, algo excepcional que había ocurrido quién sabe por qué azar y en qué fisura del sistema de salud; sin mencionar ni por asomo que el peloteo de parturientas pobres en el país es un hecho habitual y que configura un cuadro cotidiano de violencia institucional, puesto que el Estado no sólo no garantiza la vida de la mujer embarazada, del feto ni del recién nacido sino que ejerce contra estos un sistemático maltrato y violación de sus derechos consagrados en la Constitución.
Al concluir la participación de la figuranta, Chávez se lamió los bigotes: ahora venía su actuación. Con los tics que ya le conocemos (los que se le alborotan cuando miente, agitándole el rostro como si un rebaño de polillas se le hubiera desparramado por las facciones contrayéndolas), fingió sorpresa: ah, él ignoraba completamente que eso estuviera pasando. «No entiendo», dijo, con el más puro acento del barrio habanero de Luyanó. Por cierto, ¿cuántos mandatarios habrá en el mundo que hablen con entonación propia de un país extranjero? Enigma.
Embalado en su impostación, Chávez se finge indignado. Él no sabía nada, él botó a Mantilla del Ministerio de Salud porque lo hizo ruborizar con tanta adulación. Balbucea algo acerca del Hospitalito (como siempre, su respuesta a los grandes males nacionales es la mingoña militar, la ínfima parcialidad a la que se limita su conocimiento del país). Y despliega los modales de Idi Amín: ¡Mi médico, que la atienda! ¡Ministro de la Defensa!, zarandea, como diciéndole «ya que estás sin oficio»… en fin, presenta la trágica situación como algo que ocurre a espaldas de él; y que, al percatarse de ello, porque la mujer de rojo se ha presentado en su show para informarlo, toma medidas. El teatro se monta para hacer ver que Chávez no tiene la culpa, no es responsable porque no sabe nada y, cuando se entera, se ocupa; y la prueba es que gobierna en cámara, la gente lo está viendo, no pueden decir que no hace nada ante el horror de las mujeres pobres pariendo en las calles después de que les han tirado la puerta de los depauperados hospitales en la cara. En su circo hace como que resuelve un caso. El público aplaude. Y las demás, que se jodan.
Ni una palabra para las centenares de madres pobres que, según la investigadora Laydes Ocanto, mueren por: 1. Baja cobertura de atención prenatal. 2. Falta de accesibilidad y calidad de los servicios. 3. Baja calidad de la atención y falta de capacidad resolutiva de las emergencias obstétricas. En su trabajo, Ocanto señala que en 2004, según la Organización Panamericana de la Salud, Venezuela experimentó una tasa de mortalidad materna de 59,9 fallecimientos maternos por 100.000 nacidos vivos, cifra superior a la experimentada por países como Canadá (3,8 para 2001), Chile (7,8 para 2003) y Costa Rica (30,5 para 2004). Cinco años después, con el cierre parcial de la Maternidad Concepción Palacios y el deterioro generalizado de la salud pública, esa espeluznante cifra debe ser superior.
Ahora la única parturienta victimizada es la que fue favorecida por el gobierno mediático de Chávez; las otras, las que integran el drama social, son mediáticas a secas. Una paradoja cruel, que terminará arrasando al culpable.
Publicado en El Nacional, 16 de agosto de 2009