La clase

Milagros Socorro

En la hostil situación creada por un tipo incapaz de respetar un pacto, surgió un liderazgo nacional que, con toda seguridad, ocupará un lugar muy importante en el país democrático que se está gestando en el vientre de la tragedia autoritaria a la que hoy asistimos, horrorizados ante tanta ilegalidad, tanta destrucción y tanta corrupción.

Las autoridades de las universidades autónomas, en compañía de estudiantes, gremios y organizaciones civiles, encabezaron la marcha que este miércoles se dirigió al Ministerio de Educación Superior para manifestar su rechazo a la merma de 6% de su presupuesto, decretado por el Gobierno. El objetivo era ejercer una acción de autonomía universitaria, la de presentar los argumentos de repudio a esta medida al ministro de Educación Superior, Luis Acuña, quien había manifestado su disposición a dialogar.

Con esa promesa, la multitudinaria concentración se dirigió a la esquina El Chorro. La rectora, Cecilia García Arocha, y sus compañeros de cuadro, así como el rector de la USB, Benjamín Scharifker, no se habían dejado intimidar por los hechos vandálicos que desde el viernes comenzaron a producirse en la Ciudad Universitaria, con la evidente intención de sembrar el terror, y provocar la suspensión de la marcha.

Seguidos por miles de compatriotas avanzaron hacia el lugar de la cita. No he hablado con estos profesores, pero apuesto a que ninguno daba medio por la palabra de Acuña, ni por la corrección de su conducta. Tengo la certeza de que los representantes de las universidades sabían que iban al encuentro de un alma tosca, porque es así como Acuña se ha comportado frente a las universidades. Puedo jurar que nada edificante esperaban de ese tipo rudo, de quien creemos que es universitario porque la rectora García Arocha tuvo el piadoso gesto de decirlo; de otra manera, seguiríamos pensando que es un cabo, preparado en un curso de 16 horas, para sumarlo a las milicias.

Sin embargo, llegaron hasta el sitio y plantearon sus argumentos, tal como habían anunciado. Y con eso se completó el motivo de su presencia, la integridad de su iniciativa, cual es el respeto a la institucionalidad, con independencia de quién ejerza el cargo que la representa. Si el ministro hubiera procedido como un caballero, mejor que mejor, pero aún habiéndose conducido como un patán, con esa expresión lúbrica de mandril alborozado por las groserías que profirió un bachiller contra la rectora (calificada de «cabeza hueca», frente a la indiferencia del anfitrión), aún, pues, viéndoselas con aquel zafio de sonrisa bobalicona, los profesores dieron una lección.

Dictaron cátedra porque hicieron lo que habían ido a hacer, respetando los escenarios, las normas, los procedimientos y los rituales. Y que la confrontación se dé en otros espacios.

Sin deleznar hacia gesticulaciones innecesarias, sin trabarse en disputas fuera de lugar, sin conceder un ápice a los amantes del escándalo, que se alimentan de escenas bochornosas y grescas de lavandero.

Y, sobre todo, sin rebajarse a tratar fuera de casa los asuntos que corresponden al interior de ella. Para debatir cuestiones del claustro está la universidad, que tiene en el diálogo de las ideas su razón de ser y faena cotidiana. O qué es, acaso, lo que ocurre en las aulas, los pasillos, los jardines y las bibliotecas. Airear los pormenores de la universidad fuera de su seno es despropósito comparable al de levantar los manteles del comedor para trasladar el condumio al establo.

Al ministro lo trataron como un ministro, sin mudar de talante por el hecho de que el funcionario no es más que un rústico, un gañán de quinta… república, que ignora la más elemental regla de cortesía con los visitantes (noción, por cierto, que se adquiere en el hogar y que Salamanca no presta); y al Ministerio de Educación Superior lo pisaron como la sede de una institución. Ése es el punto. Esa es la lección que nos dieron para el presente y para el futuro, cuando la recuperación de las instituciones será nuestra principal tarea.

Al llegar al ministerio como una rectora que va a cumplir con el mandato recibido, Cecilia García Arocha demostró la intuición de su electorado. Y al dejar al palurdo con un palmo de narices, solitario en su gallera, pero sin negarle el tratamiento de funcionario del Estado, inauguró un liderazgo de interesantes desenlaces.

Publicado en El Nacional, 24 de mayo de 2009

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