Milagros Socorro
“¿Amor a la patria?”, dice Héctor G., estudiante universitario caraqueño. “Por favor, la patria es el resumen de todo eso de lo que estoy harto”.
Héctor G. tiene 23 años. Y está a punto de graduarse de Administración. Es posible que el inminente abandono de su condición de bachiller, mantenido por sus padres, y su consecuente ingreso al mercado laboral, le produzcan desasosiego y cierta irritabilidad. También es posible que Héctor G. pertenezca a una franja poblacional cuya edad esté equidistante de la hipersensibilidad patriótica de sus padres, así como de la que manifiestan los adolescentes que todavía están sometidos al fuerte estímulo de la escuela primaria y secundaria.
Lo cierto es que, ante la pregunta, ¿qué es el amor a la patria? o ¿qué es la patria?, las respuestas de los encuestados para este trabajo se dividieron entre las consideraciones sentimentales -que ofrecieron los mayores de 50 años y los menores de 20- y las salidas espontáneas de los consultados de entre 21 y 49 años. Cabe pensar que los jóvenes en trance laboral, de consolidación profesional y de búsqueda de vivienda no están para disquisiciones abstractas sino para hacerse un lugar en el terreno tangible y pragmático de la realidad cotidiana del país. Y la noción de patria es una abstracción, no demasiado antigua, por lo demás.
Desear que esté bien y bonita
La patria, al parecer, es todo lo que el país no es. O también podría decirse que lo que se ama de la patria es todo aquello de lo que el país carece. Esto se concluye de lo manifestado por los liceístas entrevistados (todos entre 15 y 18 años).
Para Isabel H., el amor a la patria es “creer en tu presidente. Adorar tu país bajo cualquier circunstancia. Es siempre estar a favor de tu país, nunca dejarlo por otro. Amor a la patria es luchar por tu país para que siempre siga siendo el mejor país del mundo”.
Para David D., “es un sentimiento que debe surgir de cada uno de los ciudadanos por propia voluntad con respecto a su nación, formado principalmente por el respeto a tu país».
Según Andrés B., “es defender lo que es típico de tu país a toda costa e intentar por todos los medios preservarlo en el tiempo, en vez de adoptar costumbres de otros países. Y estar orgulloso de haber nacido en tu patria y colaborar para hacerla crecer”.
Daniel M. sostiene que “el amor a la patria es lo más grande que puede tener una persona como identificación con su país, es decir, que las personas defiendan y valoren sus símbolos patrios. También que respeten sus costumbres y que aprendan a querer lo nuestro”.
Maria Gabriela G. dice que “es aquel sentimiento que desarrolla toda persona con su lugar de origen o con sus raíces, profesando un respeto incondicional hacia el país, y honrando así las costumbres y tradiciones de la nación”.
Para Stephany P. “es conservar las tradiciones que se han mantenido por muchos años, cumplir con leyes que ayuden a que el país salga adelante y cuidar que todo sea bien hecho”.
Para Andrés H. “es el sentimiento y respeto a las cosas que nos caracterizan como ciudadanos de un país”. Para Eduardo F., “es el deseo que tiene cualquier persona que lo sienta de ver a la patria bien y bonita; y que tenga por objetivo hacer de ella un país cada vez mejor para sus compatriotas”.
Según Diego L. “es un sentimiento muy profundo que sólo lo pueden sentir personas que tengan fuertes lazos con su país y lo valoren por encima de cualquier otro. También es respetar y querer las costumbres y la cultura del país”. Y para Andrés C., “el amor a la patria no es algo que se crea sino algo con lo que se nace, un sentimiento que te va a aferrar a esa patria, es un sentimiento que todos los ciudadanos tienen en común y que van a hacer lo que sea por mantenerlo y defenderlo”.
Lo primero que se echa de ver en las respuestas de estos adolescentes –y que sorprende a los adultos que los escuchan-, es el tono solemne que adoptan para hablar de la patria. Lo segundo es la evidente idealización de ese concepto donde sólo parecen caber presidentes adorados por su pueblo; costumbres encomiables y dignas de ser conservadas en el tiempo; voluntad de permanecer en el lugar donde se ha nacido (y no cambiarlo por otro); fe en la capacidad de las leyes para mantener el orden y proveer de seguridad al colectivo; idea de que todos los ciudadanos están unidos por el amor al lugar de origen y que esa unidad es inquebrantable puesto que se sostiene en un amor que todos profesan a la misma cosa; percepción de que el nacimiento en un mismo territorio nos iguala y nos compacta como grupo; creencia de que ese amor, por todos experimentados, nos impulsa a mantener la patria bonita y a hacer las cosas bien hechas.
La patria es, para estos muchachos, un sentimiento que se nombra con un lenguaje distinto al que usan para designar todas sus otras concepciones, deseos y aspiraciones. Pero, sobre todo, es un espacio mítico donde no hay presidentes repudiados por el pueblo, ni hábitos deleznables, como la atávica costumbre de disponer de lo público como si fuera privado, por mencionar una tradición nacional de profundo arraigo; ni millares de compatriotas que han emigrado o aguardan ante los consulados por una visa que les permita hacerlo en forma legal (para no referirnos a los que se han marchado por los caminos verdes); ni leyes convertidas en letra muerta que no acarrean justicia ni ofrecen un marco de seguridad para el progreso; ni diferencias de clase demarcadas desde el nacimiento; ni una polarización política que nos ha dividido en rencorosos bandos; ni, en fin, una realidad llena de cosas horribles y definitivamente muy mal hechas.
En conclusión, para hablar de patria es preciso ponerse en un registro escolar y mitológico… y tener la imaginación incontaminada de las duras constataciones que aguardan al joven en cuanto asoma al país. La patria castigadora no es patria, es un país.
La patria siempre está en otra parte
Los adultos, al contrario de lo que podría esperarse, acometen el asunto en un lenguaje sencillo y más próximo a sus vivencias.
“La patria… la patria”, se toma su tiempo para contestar Mildred R., secretaria en un banco, “yo antes creía que la patria estaba en los símbolos, en la bandera, en el escudo, en esa emoción que uno sentía cuando cantaba el himno pero después, hace poco, me convencí de que la patria estaba en las marchas, en ese gentío que caminaba para protestar, para tener un mejor país. Pero ya eso también pasó ¿no? La patria es como un primer novio, algo que se recuerda, que uno cree que ha podido ser mejor pero que, definitivamente, no es”.
“El amor a la patria es un coñazo seguro”, propone Maigualida Ch., odontóloga. “Es algo en lo que no puedes pensar sin que te duela”.
“La patria era el patio de la casa donde crecí”, dice Alberto Ch., ingeniero residenciado en Miami desde hace veinte años, cuando se fue a estudiar en la universidad. “Y un cuaderno donde uno pintaba tipos con patillas y detrás tenía las tablas de multiplicar y dividir. Ahora es el escenario de los cuentos que le hago a mi hijo”.
“Amor a la patria es lo que siento, junto con la arrechera, cada vez que me tengo que calar estos españoles antipáticos”, resume Juan Carlos P., periodista radicado en Madrid.
“¿Qué va a ser la patria, muchacha? La patria es Maracaibo, ese calorón, ese solazo, esa mamadera de gallo entre gente que no se conoce”, me suelta, por skype, Maritza Q., profesora de castellano de secundaria, radicada en Suecia desde hace ocho años.
“La patria es una mierda”, se despacha Ender P., taxista caraqueño. “Pero yo la quiero. ¿Cómo lo sé, cómo lo siento? Porque me la paso en el carro por las calles de Caracas y por los caminos del interior, y siento cariño por la gente. Las calles y carreteras están vueltas leña pero a mí me gusta andar por ahí. Y siento como lástima por la gente, por las historias que me cuentan. Todo anda mal pero la gente es buena. Hay sus malandros pero, ya le digo, la gente, lo que es la gente, lo que quiere es trabajar y vivir tranquila. Yo no sé lo que le dirán los doctores pero, para mí, la patria es la gente”.
“La patria es un invento de los hombres”, asegura Marlenys D., profesora de teatro y dramaturga. “A los hombres es a quienes les gusta hablar de patria, batallas, héroes y, claro, patriotas. El patriotismo me da horror, es la excusa para cometer toda clase de atropellos y crímenes”.
“Amor a la patria”, dice “es ese momento en que uno no piensa en sus problemas ni en los intereses individuales sino en algo muy superior, algo que va más allá de uno y que va a estar cuando uno ya no esté en este mundo. La patria es lo que tenemos de bueno, de heroico, de grande. La patria es lo que nos une en medio de las diferencias”.
“La patria es Cheo, mi marido, y los muchachos”, dice Yajaira M., gerente de una tienda en Plaza Las Américas. “Me niego a que la patria sea el pasado o que esté en esas palabras que no entendemos en el himno.”
“Siento amor a la patria cuando gana el Magallanes por paliza y cuando ganamos enla Seriedel Caribe”, se ríe Rigoberto L., operador de fotocopias.
Y está la patria cibernética, en la que nos reunimos con nuestros familiares y amigos que andan regados por el mundo.
“Es inevitable”, escribe Melvin Luzardo, estudiante universitario valenciano, en su blog personal, “que tu blog se vuelva tu patria, es tu pequeño estado, donde riges tú (cada quién elegirá ser democrático o no en el suyo propio), donde todo está adaptado a tu gusto y necesidad, con tus propios vecinos, una comunidad de amigos a los que rápidamente comienzas a querer, y a extrañar también”.
Publicado en la Revista Clímax, julio de 2006