Estudioso de las fluctuaciones en la autoestima del venezolano, este ex jesuita ha concluido que el drama venezolano tiene su origen en el descalabro de la familia y en la antigua tradición de maltrato que caracteriza la historia de este país.
Milagros Socorro
“En febrero de 1989 yo tenía casi veinte años metido en un consultorio atendiendo pacientes. Me había graduado de psicólogo en 1970 y desde entonces estaba dedicado a la clínica. Pero en febrero del 89 el país ardió y yo consideré que había llegado el momento de salir del consultorio. Era una blasfemia quedarse allí mientras el país ardía. Pensé que todavía no teníamos un país y que había que hacer algo para tenerlo. Escribí entonces un libro donde reflexionaba acerca de la autoestima del venezolano y los numerosos factores que la golpean diariamente y después de eso tomé la decisión de dedicarme a trabajar con el capital humano, sobre todo en las comunidades.
En esos veinte años encontré grandes rasgos comunes entre los pacientes. El venezolano como recurso humano es muy hermoso, las personas son muy bellas, pero la manera de ser, de pensar, de relacionarse, está muy contaminada por la cultura del abandono, la cultura del maltrato y la cultura de la ignorancia. Este ha sido un pueblo muy maltratado por un liderazgo muy mediocre, siempre.
En Venezuela, el otro nunca ha sido tomado en cuenta. Democracia significa yo y el otro, el diálogo que se establece entre yo y el otro; y en Venezuela sólo cuenta el yo. Todo el mundo considera que tiene la razón, que es importante, que lo que vale es lo que cada uno piensa pero al otro no se le toma en cuenta. El otro, el diferente, el pobre, el negro, el abandonado, el indio, el homosexual, no tiene muchas posibilidades de crecimiento en Venezuela. Todo eso explica este alboroto que tenemos actualmente, porque por primera vez el otro quiere ser tomado en cuenta y lo logra a medias (porque nosotros tenemos una democracia muy sui géneris, tenemos una democracia de cogollos, de grupos, de gente importante de la que siempre queda excluida la gran masa, el pueblo).
Lo que establece la actual Constitución sobre el otro es muy hermoso pero no se verifica en la práctica, ya que todo lo que tiene ver con servicio, con atención al niño, al anciano, al enfermo… en fin, a la gente… es pésimo. Y esto ocurre porque esas mayorías no han comprendido que la democracia, que tanto se les ha prometido, es un sistema que tiene que ver con el desarrollo de cada uno; y que cada uno será tomado en cuenta cuando así lo decida y así se lo proponga. Yo seré tomado en cuando lo exija, no cuando alguien, algún predestinado, venga al rescate, me proteja y me apoye como un Dios todopoderoso porque si esperara eso seguiría siempre en las mismas, sería siempre dependiente de otro. Y eso no es democracia. La democracia es un dialogo con derechos y oportunidades para todo el mundo, el gobierno no es quien me da el derecho de ser persona, yo tengo ese derecho sólo por haber nacido, de manera que no necesito ningún salvador ni figura mágica, ni ese líder carismático que me venga a rescatar. En la base de la marginalidad está esa noción de esperar alguien que me salve, que me dé una casa para vivir y un trabajo para sobrevivir, que me solucione el problema. Eso es lo que tenemos que corregir, esa situación de beneficencia permanente donde el ‘beneficiado’ siempre queda amarrado al que la da dádiva. Eso no es democracia.
Eso explica lo que está ocurriendo en la actualidad, mucha gente apoya al Gobierno porque recibe unos beneficios ‘que le resuelven el problema’ no por razones ideológicas ni mucho menos por convicciones. Eso ha sido así en toda la historia de Venezuela. Las deformaciones persisten y la gente está más resentida, más frustrada, y la frustración es un mal compañero en el camino porque siempre conduce a la rabia, a la violencia, a la depresión, a la auto marginación.
Los pacientes vienen al consultorio del psicólogo porque sienten que no han logrado en su vida lo que querían. Vienen porque están frustrados, porque no consiguen sus objetivos. Para hacer mi libro sobre la autoestima del venezolano escuché a más de cien mil venezolanos, en la consulta, en los talleres que dicto, en las universidades, en las comunidades. Una de las cosas que pude comprobar en esos años es que en Venezuela existe una familia virtual, una familia es teórica porque lo más común es que falte el padre y el vacío dejado por éste lo llena la calle, la policía, la delincuencia, la droga. La carencia de padre significa que hay una ecología rota, que la persona trata de remendar con otros parientes, como la abuelo, algún tío, pero hay muchos que no tienen ni siquiera esas figuras para reparar esa ecología fracturada.
Cuando analizamos la población carcelaria nos damos cuenta de que la inmensa mayoría de los presos no ha tenido una familia estructurada. Generalmente hay una madre con hijos de diferentes maridos y el padre siempre está ausente. De hecho, el 80 % de la población venezolana viene del abandono. Los niños de la calle, que no tienen ni madre, ni padre, ni perro que les ladre, son el extremo de esa situación. Y el Estado no sustituye la institución familiar porque ése no es su misión ni tiene con qué hacerlo. Ese un problema de la comunidad, que es la que se tendría que preocupar de esos problemas.
El único punto de partida posible para comenzar a introducir cambios en los mapas mentales de los venezolanos es la educación, que hasta el presente se ha limitado a la asignatura. El muchacho es inteligente y aprende que dos más dos son cuatro pero no sabe qué significa ubicarse en el tiempo y en el espacio, qué significa identificarse, vincularse a los demás, desempeñarse con excelencia, tener valores éticos y cómo desempeñarse en una vida social compleja donde tiene que respetarse a sí mismo y a los demás. Ese aprendizaje es muy elemental, por no decir nulo. Nuestra tragedia es que el capital humano no es lo suficientemente importante como para invertir en él, aquí todo lo que es trabajo con personal es tenido como un costo, no se considera una inversión. Para cambiar a la gente se debe empezar por la familia y continuar por el kinder… pero resulta que los maestros también vienen del abandono, del maltrato, ahí están sus salarios para expresar hasta qué punto son maltratados y subestimados los maestros en Venezuela.
Si yo fuera presidente de Venezuela haría que cada venezolano tuviese una vivienda, donde pueda crear su experiencia de pareja, de familia, su experiencia humana. Teniendo tantos miles de kilómetros en el territorio nacional, uno se pregunta: ¿cuántas habitaciones tenemos para los venezolanos? Muy pocas. Porque ha faltado conciencia en los que gobiernan. Y lo mismo pasa con las escuelas. En Guayana Andrés Velásquez puso en práctica un proyecto educativo muy hermoso que, como todo en Venezuela, no tuvo continuidad.
Pese a todo, soy optimista. Veo que está emergiendo una clase nueva, una población joven de todas las clases sociales que tiene más compromiso con sus hijos, un venezolano que ama más a su país y que está más en contacto con lo nuestro. Hay gente que se esta yendo del país, es cierto, pero ya no escucho esas frases descalificadoras acerca de Venezuela. La gente ha visto lo que duele ser venezolano y de ahí está naciendo una conciencia nueva. Ahora todo el mundo está soñando y luchando para que esos sueños no se frustren, como ha ocurrido tantas veces. El factor crítico en este momento sigue siendo el liderazgo: los líderes no saben asumir su rol. Habría que formarlos, habría que empezar a educar a los líderes para que den la talla.
Esa pinta de cura
Manuel Barroso nació en Caracas el 1 de enero de 1930 en la esquina de Quinta Crespo, en la parroquia Santa Teresa. Sus padres eran descendientes de isleños, ambas familias de Tenerife, y su padre nació en el barco que los traía a su nuevo país.
Al terminar la primaria ingresó al seminario de Santa Rosa y luego se unió a los jesuitas, congregación que lo envía a San Sebastián, España, donde estuvo ocho años. Posteriormente se fue a Lyon, Francia, regresó por un tiempo a Venezuela y, ya en tiempos de Pérez Jiménez, marcha a la Universidad Loyola de Chicago, Estados Unidos, donde se doctora en Psicología. En el camino se separó de los jesuitas, no porque hubiera tenido una crisis de fe “sino porque quería explorar otros horizontes”.
En la actualidad es un conocido consultor organizacional, presidente de su propia firma, Manuel Barroso y Asociados, y conferencista muy apreciado en diversos foros. Es autor de ocho libros: Autoestima: Ecología y Catástrofe (1987), Autoestima del venezolano: democracia o marginalidad (1997), La experiencia de la familia (1999), Autoestima y Ecología para niños (2001), Crisis: La Cultura del subdesarrollo (1997), Meditaciones gerenciales (1999), Democracia en el tercer milenio (2003) y Cultura Organizacional: el alma de las organizaciones (en proceso).
“En la base de la marginalidad está esa noción de esperar alguien que me salve, que me dé una casa para vivir y un trabajo para sobrevivir, que me solucione el problema. Eso es lo que tenemos que corregir, esa situación de beneficencia permanente donde el ‘beneficiado’ siempre queda amarrado al que la da dádiva. Eso no es democracia.
“Si yo fuera presidente de Venezuela haría que cada venezolano tuviese una vivienda, donde pueda crear su experiencia de pareja, de familia, su experiencia humana. Teniendo tantos miles de kilómetros en el territorio nacional, uno se pregunta: ¿cuántas habitaciones tenemos para los venezolanos? Muy pocas. Porque ha faltado conciencia en los que gobiernan.
Publicado en El Nacional
Gracias Milagros por hacer publicar la obra de este compatriota.
Manuel Barroso es una luz en la oscuridad. Ya tenemos el diagnóstico: Falta de Padre, por eso, el Estado…¡Qué digo!, los gobiernos han asumido ese paternalismo chucuto, y con fines electorales, porque del árbol caído, todos hacen leña. Hemos cometido el error de exaltar a la mujer porque es Padre y Madre, ahora las denominan 4X4, ¡qué pesado!, y lo que es verdad es que no lo ha logrado, porque una madre no puede sustituir al padre, no puede establecer la estructura psíquica de los hijos, que les proporcionan ambos; sin contar con la calidad de esa presencia, eso es harina de otro costal, y muy grande. A los hijos abandonados por sus padres, -y a veces por sus madres también-, se le suman los hijos con padres que los han tratado muy mal. Me pregunto el porqué de esta situación, ¿por qué el hombre venezolano (ayayay si nos metemos con toda la cultura hispana), es tan débil, tan incapacitado en materia de amor a sus hijos?, ¿y cómo podemos superar ese sentimiento de abandono y de maltrato tan profundo?.
Entonces como se explicaria la situacion politica de venezuela partiendo de la famila segun Barroso?
Epero su respuesta con mucho interes Dios lo Bndiga
Realmente el venezolano ha sido formado para ser pasivo, siempre ha sido la persona dependiente y esto lo ha reforzado un sistema educativo que ha sido incapaz de establecer una política educativa centrada en el ser humano, que promueva una educación para la vida, que sea capaz de invitar al estudiante a conocerse y a relacionarse con el otro y con la naturaleza y a tener ese espacio de relación con DIOS. Impulsemos como comunidad preocupada por el país a transformar estos espacios fundamentales como lo son la escuela y la familia.
¡Grande Manuel Barroso! Un mar de sabiduría. He leído y releído cada uno de sus libros y lo que convierte a los pueblos en grandes sociedades es su gente, gente querida por su triángulo familiar, madre, padre e hijo. Todo se resume al amor de la familia y la educación que recibes en ella. Él siempre ha dicho, quien no cuida de sus hijos, la calle los espera con sus sombras para formarlos o mal formarlos como lo que actualmente pasa en nuestro país. ¡Gracias Milagros por el artículo!