Once horas para la renovar una licencia de conducir

Desde la madrugada hasta la tarde, para renovar una licencia de conducir. Y hay ciudadanos que deben esperar más.

Milagros Socorro

Es redondo, rosado, calvo y vociferante: un Porky feroz. Su llegada -ataviado con esos chalecos de kaki y muchos bolsillos, antes conocidos como chalecos de fotógrafo que ahora son la marca de vestuario de los funcionarios del gobierno- había producido cierto alivio. Como se anunció con manotazos en el aire para imponer el silencio e incluso había concitado el respeto de los improvisados líderes de la ocasión, era evidente que se trataba de un representante de la institución. Más que eso, era el jefe. Dato que administraríamos inmediatamente, porque, aunque no dio su nombre, se apresuró a informar que desde hacía dos semana era el jefe de la oficina del Instituto Nacional de Transporte y Tránsito Terrestre (INTTT) en El Llanito.

Eran aproximadamente las siete y media de la mañana. Eso nos pareció un síntoma excelente. Caramba, un funcionario dando una vuelta al ruedo antes del horario de trabajo. Y, además, se dirigía a los ciudadanos. Una perorata a grito pelado nos pondría en la realidad. El funcionario no había venido a ofrecer un servicio rápido, diligente, cónsono con la promesa formulada en la página web del INTTT, donde dice que, a partir de la instrumentación de un “nuevo sistema de emisión de licencias de conducir con su nuevo formato, adaptada a los estándares internacionales”, la renovación de la licencia “se realiza entre 4 y 5 minutos mientras que la emisión por primera vez en 15 ó 20 minutos aproximadamente, pues es necesario realizar las pruebas de rigor para evaluar al conductor”.

En vez de confirmar, con tono profesional, lo que establece el sitio oficial del INTTT, el funcionario nos hizo saber, siempre a gritos, que: 1) él estaba allí desde hacía dos semanas y había llegado a poner orden: en su administración no se permitiría la acción de gestores, que, según, dijo pululaban por allí bajo la mirada complaciente del jefe anterior. “Conmigo, aquí no entra ni una aguja”. 2) Él no estaba allí para organizar a los ciudadanos por orden de llegada ni por la diligencia que hubieran ido a hacer. “Eso es problema de ustedes”, se desentendió. “Nombren un líder”, dijo con el tono de quien induce a la población carcelaria a elegir un pran. (No explicó qué le cuesta a él y al estado venezolano instalar una máquina expendedora de tickets, como tienen todos los supermercados y algunos abastos, para evitar complicaciones y reducir las angustias de los usuarios). 3) Las labores de esa oficina no comenzarían a las 8 de la mañana sino después, porque no había “sistema”. 4) Él no sabía si en algún momento de ese día habría “sistema”, si llegaría a las 10 de la mañana o a las cuatro de la tarde. 5) En el caso de que “el sistema” no llegara ese día, los ciudadanos que estábamos haciendo la cola (más de un centenar en ese momento) tendríamos que regresar otro día (que no podría ser el siguiente, puesto que los días están asignados según el último número de la cédula de los aspirantes a hacer un trámite ante el INTTT). 5) A él no le interesaba que éste o aquél hubieran venido desde el interior a sacar la licencia o a renovarla, tendrían que volver la semana que viene, el día que le toque según su documento de identidad. 6) Él no iba a tolerar que le mentaran la madre. “Noo, es que hace unos días, un grosero me vino a mentar la madre porque no había podido hacer su trámite. ¿Y cómo hace uno si no hay “sistema”?

-Pero es que ya yo vine la semana pasada y tampoco había sistema –dijo un hombre, con tono lastimero. Y algunos otros se le unieron. Eran varios los que ya había perdido el viaje, el madrugón y la paciencia. Pero no había nada que hacer. Si no hay sistema, no hay diligencia.

 

“No es asunto mío”

A las 8 de la mañana, hora en que debieron abrirse las puertas de la sede del INTTT en El Llanito, los ciudadanos que debíamos tramitar un documento ante este despacho teníamos unas tres horas de espera en la enramada que está frente a la fachada de esa oficina. Un alero de techo zinc, dotado únicamente con un par de bancos de listones de madera, sin espaldar, capaces de albergar una docena de personas. No hay baños. No hay un café. Tampoco hay estacionamiento suficiente para todas los usuarios de los servicios de Tránsito Terrestre.

Los primeros, generalmente provenientes del interior, suelen llegar a las 4 de la madrugada. Yo había llegado a las 5:20 y, al anotarme en la lista que garrapateaba un hombre en hojas arrancadas a un cuaderno, me tocó el puesto 41. El hombre de la lista destacaba por su decisión y pericia en esos asuntos, iba vestido con una franela y un suéter que evidenciaba lo tempranero de sus gestiones. El tipo sabía todo: que eran dos colas, una para sacar la licencia por primera vez, otra para renovar; que estos últimos no necesitaban foto de carnet pero los primeros sí.

En la primera espera, la que aún ofrece el alivio de que el sol no ha salido y aún se alberga la ilusión de que al iniciar oficialmente la jornada ingresaremos a las instalaciones, los parroquianos hacen comentarios como para empezar una conversación. Una señora vestida con mono de trotar, que ha dejado el bolso en casa y sólo ha traído un monedero que aferra con ambas manos, sobre la carpeta donde atesora sus documentos, comenta que a finales de mayo unos malandros armados llegaron a las puertas de esa misma dependencia y atracaron a quienes formaban esa misma cola para ser atendidos.

-¿Aquí, en El Llanito? ¡No puede ser

-Sí mia-mor. A-quí mis-mi-to.

Resultó, por los relatos que rápidamente afloraron, que el asalto de mayo distaba mucho de ser el único que se hubiera registrado en ese lugar.

 

Rumbo a las diez horas

Poco antes de las 12 del mediodía, el jefe con aires de sargento técnico salió nuevamente al patio donde sudábamos y nos apretujábamos como gladiadores antes de salir a la arena. Repitió que allí no entraba ni una aguja… no sé a qué se refería, porque habíamos visto entrar y salir en muchas ocasiones a una mujer vestida con un espantoso conjunto de popelina azul añil, una especie de uniforme de asistente dental, que se acercaba a un grupito, recogía unas planillas y se metía a la oficina; y después entraba una gente que no habíamos visto en esas horas de espera. Repitió que a él no le iban a mentar la madre… bueno, digamos que no estaba del todo en lo correcto. Y repitió que no había “sistema”, falla incomprensible, puesto que la taquilla de un banco privado que opera allí, en la misma fachada del INTTT no dejó de trabajar ni un minuto. Siempre tuvo sistema. Y sus empleados no interrumpieron sus labores a la hora de almuerzo, paréntesis que sí se tomaron los trabajadores del INTTT, pero fue porque, -otra vez según el jefe, que conservaba su tono de estar lidiando con población carcelaria- “la máquina” estaba dañada.

Una ciudadana de dulce acento suspiró al tiempo que vaticinaba que el desperfecto se arreglaría, como por arte de magia, al término de la hora de almuerzo. Así fue, en efecto. “La máquina” echó a andar. Ya eran casi las dos de la tarde. El jefazo vino a anunciar que se iniciaría el acceso de los ciudadanos al a la oficina. La alineación, que debía reproducir los números que nos habían asignado, sufrió un despiporre. Yo, que tenía el turno 41, y siempre he sido una boba incapaz de darme codazos por un puesto en algo (los únicos coroticos de piñata que he recogido en mi vida fueron los que rodaron hasta mis pies), terminé en el tercer grupo de veinte personas cada uno.

Para este momento habían transcurrido ocho horas. Ya había leído unas 150 páginas de la extraordinaria antología, titulada “Los mejores relatos Narrativa estadounidense contemporánea”, recopilada, traducida y prologada por el escritor venezolano José Luis Palacios, sin cuyo auxilio no sé cómo hubiera podido soportar las incomodidades, la sed, las ganas de orinar, la humillación ante el numerito de caporal ensoberbecido que daba el neurasténico jefe y un ayudante, quien también hizo sucesivas apariciones, para gritar aún más duro, porque era más alto, más joven y más acuerpado que el Porky furibundo pero con un elemento adicional, y es que su boca era exactamente igual a la de una piraña o esos peces voraces que tienen siempre la boca en posición de exclamar: “oh”; y por el círculo de los labios asoma un puño de dientes. El segundo era muy desagradable con los ciudadanos pero cuando estaba al lado del jefe amenazante se volvía dócil y hasta susurrante.

Cuando faltaba poco para cumplir las nueve horas en la sede del INTTT del Llanito, le tocó el ingreso a mi grupo. Ya nos sabíamos de memoria la propaganda impresa en los pendones donde ponían los requisitos para los trámites. Todos iban encabezados con frases alusivas a que “ahora todo es más fácil”. Ante eso, cabe imaginar que antes las licencias las concedíala Santa Inquisicióno el padrecito Stalin. Estábamos hasta el gorro del vendedor de sorbetes o vete a saber de qué, pero que promocionaba con alaridos de “chupa chupa”, con tremenda voz de gaitero, que todo hay que decirlo. Ya habíamos detallado a las dos oficinistas con franelas que ponían el emblema de INTTT que cada media hora salían a fumar. Sus muslos, embutidos en bluyines, eran tan gruesos que, si al recostarse para fumar, se hubieran caído las bases de la edificación, ellas hubieran podido sostenerlas como rotundas cariátides. Nada más entrar vimos, en la pared que está a la izquierda, las fotografías del presidente dela República, el ministro de Infraestructura y el presidente del INTTT. Finalmente, hicimos otras colas para entregar los documentos, tomarnos la fotografía y recibir la cédula renovada. Todo esto no llegó a 15 minutos. Las más de diez horas que habíamos perdido fueron a cuenta de la corrupción, la ineficiencia, la inoperancia “del sistema” de CANTV. En fin, de la revolución.

 Publicado en Revista Clímax, diciembre de 2008

 

Un comentario en “Once horas para la renovar una licencia de conducir

  1. Bueno, gracias a Dios y a la Virgen y a los Ángeles y a … todos los Santos que después de todo eso recibieron sus licencias, yo voy para 4 años con una licencia provisional esperando el plástico (la licencia real), mi único delito es haber realizado los trámites como ciudadana ejemplar cumpliendo con todos los requisitos que me exige la ley en mi ciudad Cagua-Edo. Aragua. Según la información dada por los funcionarios, que por cierto cuadran exactamente con el perfil descrito en su relato, el plástico no llegó y que además me recomendaba pagar y hacer todos los trámites nuevamente, cosa que me parece irrespetuosa, puesto que yo cumplí con todos los requisitos exigidos en la Ley. Me negué hacerlo y el funcionario al ver mi molestia tiene el descaro de decirme que él estaba tratando de ayudarme, ustedes me dirán¡¡ Les agradecería me recomendarán que hacer en este caso, puesto que no me he podido contactar con ninguna Autoridad del INNTT, es casi que imposible.

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