Una avenida de cayenas / El Nacional, 4-03-2010

Una avenida de cayenas

Milagros Socorro

Una cava, un chinchorro, un radio de pilas, un abrelatas… y la guía de Valentina Quintero. Ese es el reconocimiento de Venezuela a la periodista que lo ha recorrido palmo a palmo como un amante demorado. Cada Semana Santa, cada puente, cada feriado, el libro de carretera de la conocida trotamundos acompaña al viajero, lo guía por el país y lo induce a detenerse en los lugares, naturales y culturales, donde hay algo hermoso, singular, sabroso o simplemente, bien hecho. Valentina Quintero es la Humboldt de la modernidad. Es nuestra cartógrafa de los afectos: nunca condescendiente, siempre estimulante.

Gracias a ella, muchos temporadistas regresarán hoy con un recuerdo especial que no estaba planificado. Muchos traerán renovados motivos para querer a Venezuela y propender a la conservación de sus paisajes y maravillas. La legión de sus admiradores crece cada día, al punto que cuesta conseguir un venezolano que no albergue en su corazón respeto y gratitud por esta compatriota cuyos afanes han estado siempre dirigidos a prestar invalorables servicios al país.

Hace unas semanas, Valentina y su familia quedaron en el centro del mapa horrible de Venezuela. Que lo hay. Brutal. Espantoso. Unos 40 vecinos de la comunidad de Caruao, donde los padres de Valentina (y de Inés, merecedora por igual del reconocimiento nacional) han tenido por 15 años la finca La Guachafita, invadieron sus terrenos, los amenazaron de muerte, segaron las plantas con que habían convertido el lugar en un vergel, prendieron candela a casi una hectárea y, en fin, los hicieron salir de su propiedad.

Ya en Venezuela estamos acostumbrados a invasiones, a abusivas confiscaciones de empresas, haciendas, terrenos y edificios. Pero este caso tenía un elemento que provocó el repudio de la sociedad: los invasores conocían a los dueños de la pequeña finca, que, además son una pareja de edad. Se había vulnerado, pues, dos de los límites que todavía tienen cierta vigencia en la Venezuela de la falta de instituciones: el vínculo personal y la honra debida a los mayores. Además, desde luego, de la notoriedad y muy positiva valoración de las hermanas Quintero.

 Tenemos, pues, un cuadro de violencia ejercida contra unos abuelos, así como contra sus siembras de jovitos, guanábanas, nísperos y mandarinas, y sus perfumados huertos de malojillo, toronjil y canela,. La imagen resultó demasiado chocante y los invasores fueron sacados de la heredad. Los desalojaron las mismas autoridades que les prometieron viviendas asignadas como dádivas y que los animaron, con diversos acicates simbólicos, a que los cogieran por la fuerza. Mientras hubo ingresos de sobra y el caos no se había generalizado, el aparato burocrático distributivo funcionó sobre rieles, pero una vez que esto cambió, y quedó en evidencia que la pobreza no puede resolverse con políticas asistencialistas (ahora menguadas), desde lo más alto del poder se difundió la idea de que se puede entrar a saco en la propiedad de otro y eso “es legal”, porque lo ha sugerido el dueño de las leyes, con su discurso y con sus acciones. Hablamos de las invasiones como trocha de la política distributiva y como práctica auspiciada por el gobierno.

Los Quintero han sido víctimas de un atropello terrible. Eso no hay que argumentarlo. Pero a la sombra de este drama queda una gente que hasta el ataque a La Guachafita eran simples pobres. Ahora, despojados del apoyo del gobierno populista, son una especie de tribu de fracasados morales, unos tipos degradados en su integridad moral y en su inteligencia. Antes formaban parte de esa masa depauperada que se arrima a la manguangua de un gobierno que reparte bolsas de comida, a falta de empleo, igualdad de oportunidades de educación y de una plataforma de seguridad social. Ahora son unos parias que no cubren la canasta básica moral.

Una sociedad no debe permitir que nadie sea tan pobre, esté tan desesperado y haya quebrantado sus valores hasta el extremo de entrar a la casa de sus vecinos para destrozar sus cultivos y su fe en la humanidad. Pero eso es lo que palpita en las masas venezolanas, cada día más desencantadas.

En la actualidad, aquellos pobres que creyeron llegada la hora de avanzar por una avenida de cayenas, como la que conducía a la casa de los Quintero, se ven vagando como la estirpe de Caín, esa dolorosa representación de los vagabundos y los desposeídos.

 El Nacional 4 de abril de 2010

 

 

2 comentarios en “Una avenida de cayenas / El Nacional, 4-03-2010

  1. felicitaciones. excelente artículo.Cuando uno lee todas estas cosas se nos arruga el corazón.Es triste por toda esta gente que por su falta de autoestima, ha creído en estos demagogos y lo que es peor aún con esa falsa creencia de robarle a las personas que con esfuerzo lograron tener algo ahora quedarán más pobres.

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