Una rosa en el basurero

Milagros Socorro

La magistrada entregó la sentencia a su asesor de Prensa y Comunicaciones y se olvidó de él. Mientras el pobre funcionario entraba a una cabina de radio a hacer un papelón que afeará su carrera para siempre, la señora ocupaba su lugar como presidente del Tribunal Supremo de Justicia, con aire hierático y sin dar muestras de emoción, de prisa o de haber albergado alguna inquietud por la reputación de su subalterno, arrojada a la hoguera cuando ella misma le entregó el documento donde constaba la decisión de esa máxima instancia judicial de dictar la prohibición de salida del país a un grupo de banqueros venezolanos, por la investigación acerca de los créditos indexados.

El caso es conocido: mientras Martín Pacheco se creía que estaba dando un tubazo, como tantos que se había apuntado gracias a su privilegiado acceso a la doctora Morales, esta decidía en el tribunal algo distinto de lo que constaba en el papel que Pacheco leía en la radio. Y su recadero, que se lo llevara un perro en la boca.

La picaresca nacional ha ganado una página con este patético episodio que ilustra nada menos que la degradación del poder judicial. Sin embargo, al mismo tiempo viene a demostrar que hay un país apegado a la legalidad, una república de las leyes transitada por los abogados que comparecieron ese día al Tribunal y se batieron por sus defendidos con los recursos de la justicia. Esa manifestación de civilidad debe prevalecer sobre el entremés de Pacheco.

Piénsese, por ejemplo, que los abogados de los bancos involucrados en la investigación penal por los créditos indexados (que data de 2002) fueron convocados por teléfono para acudir ¡al día siguiente! a la audiencia constitucional, que se celebraría en la Sala Constitucional del TSJ, para dirimir los fundamentos del amparo interpuesto por el Ministerio Público contra la decisión de la Sala 4 de la Corte de Apelaciones de Caracas (que el 5 de mayo de 2005 revocó la medida cautelar de prohibición de salida del país que pesaba sobre los banqueros). Los letrados han podido negarse a asistir con el argumento, del todo legítimo, de que la audiencia había sido diferida el 1 de julio de 2008 porque, según quedó escrito en una circular, «no consta en autos la notificación de Mario Chamorro». Esto es, hace cuatro se suspendió una audiencia porque uno de los 16 implicados no había sido avisado por escrito para que se presentara, y ahora lo hacen por teléfono…

Era evidente que la decisión estaba lista de antemano, y que la magistrada Morales contó con el factor sorpresa aportado por la convocatoria telefónica a pocas horas de la audiencia; y con que los siete años transcurridos hacía presumir que los abogados de los banqueros estarían desactualizados.

Ocurrió lo contrario. Pese a todo, los abogados se presentaron puntualmente mientras que el desenvolvimiento del Ministerio Público desbarró a lo deplorable: la fiscal actuante demostraba no tener la menor idea de lo que se ventilaba allí. Tartajeaba, hacía largos silencios, incurría en expresiones incompatibles con lo pertinente, al punto de que la otra fiscal, veterana y y ducha en el caso, levantaba la mano para que la presidente de la sala pusiera fin a la agonía de la pobre muchacha y le diera la palabra. No hubo forma. El calvario continuó hasta que la expositora, sin ella misma saber por qué, pidió que se restituyera la medida cautelar contra los presidentes para la época de los bancos Banesco, Mercantil, Provincial, Corp Banca, Venezuela, Provivienda y contra Ignacio Salvatierra, contra un expresidente del Banco Central, un ex superintendente de bancos y la exconsultora jurídica de esta institución.

Acto seguido, los defensores presentaron un impecable conjunto de alegatos cuya contundencia fue tal que la gacetilla chimba de Pacheco tuvo que ser engavetada; y la Sala Constitucional optó por postergar la decisión y pedir el expediente para corroborar los alegatos aireados en la audiencia.

Ese martes triunfó la justicia. Es posible que en dos semanas el régimen remate su faena de ruindad. Indicios sobran para pensarlo. Pero por un día el país vio una demostración de hidalguía, de fe en la ley con independencia de quién tiene el poder de torcerla.

A eso debemos aferrarnos como lección de integridad y apego a lo más elevado del alma nacional. Incluso, o más todavía, cuando parece que no servirá de nada.

Publicado en El Nacional, el 27 de mayo de 2012

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