Armando Janssens cumplió 75 años

“Yo me enamoré de Venezuela” 

De origen belga, el padre Janssens tiene más de 40 años en Venezuela, donde ha formado varios centenares de líderes sociales y fundado instituciones que destacan por su eficiencia e impacto en las comunidades. Es un hombre inteligente, franco, hábil para el diseño de organizaciones, pragmático, persistente, imaginativo.  Un cura comprometido y muy avispado.

Milagros Socorro

-Doctor en Sociología  de la Universidad de París IV

-Doctor Honoris Causa de la Universidad Simón Rodríguez.

-Co-fundador de CESAP, Sinergia, Bangente, Proadopción y Conciencia Activa.

 

El padre Armando Janssens nació en Amberes, un puerto de Bélgica, el 6 de noviembre de 1933. Tiene 43 años en Venezuela, donde ha fundado instituciones que hoy gozan de envidiable solidez, como Bangente “un banquito pequeño pero muy sólido”, Sinergia y el CESAP (Centro al Servicio de la Acción Popular), “una organización privada de interés público con trabajo socio-comunitario en todo el país. Desde 1974 ha promovido la participación de los sectores populares en la gestión de su propio desarrollo”. CESAP está integrado en la actualidad por 23 grupos asociados en una estructura que constituye ejemplo de agilidad, eficiencia y aprovechamiento de los recursos.

Janssens es gran lector, tanto de prensa como de literatura latinoamericana (su autor favorito es Mario Vargas Llosa). Por decisión propia dejó la dirección de las instituciones que creó en manos de otras personas. Sin embargo, trabaja todo el tiempo. Y mantiene su trabajo pastoral. Todos los domingo oficia la misa en el 23 de enero. “Me siento bien en el barrio”, dice. “Ellos son mi gente. Conozco sus historias, sus rollos, sus valores, sus debilidades”.

-¿Cómo es la familia de la que proviene?

-Soy el menor de siete hermanos, de una familia muy católica pero no curera. Mi padre, que tenía ideas liberales, era propietario de una fábrica de muebles; y mi madre tenía una tienda de telas, que había heredado de su familia, en los bajos de la casa donde vivíamos. Ambos negocios fueron cerrados después de la guerra.

-¿Cuál fue su experiencia de la guerra?

-La viví muy intensamente. No pasamos hambre en ningún momento, pero sí que debimos permanecer un año y medio en el sótano de la casa porque, a pesar de estar a punto de perder la guerra (a finales de 1944), los alemanes se dedicaron a lanzar sobre Amberes los cohetes V2 construidos por Von Braun. Cada 7 minutos caía uno de esos cohetes cargados de explosivos a velocidad supersónica. Causaban terror. Cayeron por millares y provocaron una gran destrucción en Amberes. En esa época yo era monaguillo y perdí la cuenta de la cantidad de funerales a los que asistí.

-¿Qué hizo al terminar el bachillerato?

-Seguí estudios universitarios y me gradué de técnico superior en Química Industrial. Después fui al Ejército e hice cinco años de carrera con el grado de teniente.

-Usted era un joven buenmozo, educado, uniformado. Alguna novia habría, ¿no?

-Sí, claro, se llamaba Marietta. Fue una relación muy romántica… y platónica. No pasamos de unos besitos, como era, por cierto, bastante común en la época.

-A lo largo de su vida, ¿no ha extrañado usted el amor de una mujer?

-No exagerar. Primero, yo tengo muchas amistades. Segundo, ahora, que ya soy un hombre mayor, veo a los abuelos en los bautizos y pienso que me gustaría ser abuelo; pero, curiosamente, nunca tuve el deseo de ser padre.

-¿Se enamoró alguna vez?

-Sí. Varias veces. Era inevitable. Y si ha pasado, fue muy ocasional y pasajero.

-Si ha pasado, ¿qué?

-Una intimidad mayor. Pero fue algo temporal y sin mayores consecuencias. Ha terminado de mutuo acuerdo lo que estaba naciendo. Aprendí a tener una relación de mayor confianza y respeto, sin llegar a excesos. Es decir, sin establecer una relación fija con una mujer y entonces tener una doble vida. He tratado de vivir sinceramente, como muchos sacerdotes, más de lo que la gente se imagina.

-Se consolida mi idea de que el celibato sacerdotal no tiene sentido.

-Estoy de acuerdo. El celibato debería dejarse como opción libre: una parte de la vida que se entrega como disponibilidad total a los demás. Estoy a favor de que los curas se puedan casar. Éste es hoy un tema prohibido en la Iglesia, que tarde o temprano deberá debatirse. Siempre he dicho que cuando yo tenga 90 años, el Papa permitirá que me case.

-¿Está de acuerdo con el sacerdocio femenino, con la integración de los divorciados y con la admisión de que puede haber un amor homosexual?

-No pongamos todo en la misma fila. Yo desearía que las mujeres pudieran ser sacerdotes. Estoy convencido de que lo harían muy bien. Con todos estoy asuntos soy relativamente liberal, pero con la prudencia que necesito para vivir en mi Iglesia. Soy un sacerdote integrado a la Iglesia. Me gustaría que nuestra Iglesia Católica reconociera el matrimonio sacerdotal y permitiera la comunión de los divorciados… pero al mismo tiempo quiero ser fiel a mi Iglesia. No quiero formar una subiglesia. Quiero vivir a plenitud, con todas sus tensiones y exigencias, la dinámica de nuestra Iglesia.

-Con esa posición, la Iglesia nunca cambiará, y el caso es que la catolicidad sí que ha cambiado.

-El proceso está en marcha. Más temprano que tarde veremos los cambios. Mi experiencia con la Iglesia es de gran apoyo y comprensión.

-¿Por qué se hizo cura?

-Sentí el llamado. Mi vocación era servir a la gente. Siempre participé en actividades sociales. Era dirigente del movimiento scout. En aquel momento, la Iglesia era el instrumento por excelencia para cumplir con este anhelo. Por otra parte, la idea religiosa de darme a lo más absoluto de la vida también me atrajo. Me fui al seminario con el profundo deseo de ayudar.

-¿Cómo llegó a Venezuela?

-Estando en el seminario llegó de Roma una petición a los obispos para que prestaran sacerdotes para trabajar en América Latina. Pedí permiso para irme a Lovaina, donde pasé dos años estudiando Teología, así como Cultura e Historia latinoamericana. Me ordené y vine a Venezuela, donde solicitaban un sacerdote para trabajar con jóvenes de los liceos públicos. Llegué a la parroquia caraqueña de Lídice, en marzo de 1965. Era una época en que la guerrilla estaba regresando a la ciudad.

-¿ Y por qué se quedó?

-Yo me enamore de Venezuela. Pero, además, yo vengo de una familia que tiene en la constancia un valor fundamental. Tenía mucho trabajo que hacer. Cuando llegué a Venezuela, la democracia estaba en su mejor momento. Yo vi crecer el país. Vi al sector popular crecer con escuelas, hospitales, universidades, carreteras. Vi construir el hospital de Magallanes, ¡un tronco de hospital! Llegué a pueblos donde el día antes habían instalado la electricidad. Sentí que estaba participando en una historia de progreso, especialmente para los sectores populares, donde vi cambiar ranchos de cartón por casas. Vi el mejoramiento y el progreso. Durante 20 años (del 65 al 85) un país en pleno crecimiento.

-Un retrato muy favorecedor de la denigrada democracia venezolana.

-Evidentemente. Siempre lo digo. Como también digo que aquel proceso extraordinario se estancó.

“He visto mucho”

-Así como viví las dos décadas estelares de la democracia, -dice el padre Armando Janssens-, viví la llegada de Chávez al poder, con la cantidad de promesas que emocionaron muchísimo a la gente, y todavía la siguen emocionando. Las misiones tocaron a la gente. Y también he visto la degeneración de la sociedad. Me preocupa la concentración de poder en el Ejecutivo; y sé que este proyecto a la larga no tiene salida.

“Chávez tocó la fibra de las clases populares más de lo que los sectores medios pueden imaginar. Chávez es su presidente. El partido no juega ningún papel. Sólo él. Y eso es lo que se ha venido expresando políticamente. En Venezuela se ha creado una nueva conciencia. No hay duda de que hay una nueva ciudadanía en los sectores populares. No  debe decirse que están vendidos. Lógicamente, hay grupos muy fuertemente identificados con Chávez pero también hay muchos que ven con sentido crítico el lenguaje violento del Presidente. A la gente común no le gustan los insultos de Chávez para quienes no están a su lado, ni las cadenas. Pero sí le gusta recibir educación, aunque no sea de calidad, pero reciben clases y van a la universidad. Como también reciben atención médica y cuentan con las casas de alimentación, que resuelven muchos problemitas”.

“Es necesario ver todo lo que hay, con la complejidad del caso. La misma gente que apoya la tendencia centralista, sin entender lo que significa el centralismo, al mismo tiempo le gusta la pequeña empresa, como le gusta su autonomía y su libertad. La gente se dejó entusiasmar. No hay duda. Pero esa misma gente ha madurado”.

“La clase media venezolana no conoce al sector popular, mientras que éste sí conoce a aquél, porque trabaja en sus fábricas y limpian en sus casas. Con mucha frecuencia he escuchado juicios prejuiciados de la clase media hacia el sector popular, que no es el de la pobreza, el de la mujer abandonada, llena de niños. No. Esa es la clase marginal. El 23 de enero está lleno de profesionales universitarios, técnicos superiores y estudiantes. Es preciso ver esta parte de la sociedad con claridad”.

 

Publicado en El Nacional, noviembre de 2008

 

 

 

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