Dos enemigos del pueblo

Milagros Socorro

Con diferencia de unas pocas semanas, se han hecho en Caracas dos montajes de Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen (1828-1906), a cargo de sendas compañías. El primero corrió a cargo del Grupo Teatral Emergente de Caracas, con la dirección de Jesús Delgado, en la sala Cabrujas de Los Palos Grandes, donde estuvo en cartelera entre mayo y julio de este año. Y el segundo se estrenó el 16 de agosto en Espacios de Arte del Penthouse del Centro Cultural BOD-CorpBanca, bajo la conducción de Armando Álvarez, al frente del grupo teatral Skena. En ambos casos se ha tratado de una versión del texto original del genial dramaturgo. Algo natural, desde luego. Todas las compañías hacen adaptaciones a partir del libro primario, no solo por el contexto político y social con el que se pretende dialogar sino, incluso, por las características de la sala donde se pondrá en escena, así como de la compañía, el número de actores y sus características o habilidades más resaltantes. En fin, un montaje es un pronunciamiento político y estético, pero también una demostración de la capacidad de adaptación de los grupos. Y, por supuesto, es una forma de interpelar a las audiencias.

El montaje del Grupo Emergente estuvo bastante apegado al texto original aunque se suprimían varios personajes, quizá porque materialmente no cabían todos en la minúscula Sala Cabrujas, espacio entrañable y muy activo, pero de incomodidad proverbial. Asistimos, sin embargo, a un espectáculo de tono sostenido (la tensión no aflojó ni un instante), con actores que evidentemente comprendían el texto, las complejidades del conflicto y la contundencia de la historia expuesta por Ibsen. No debe el lector escandalizarse por esta afirmación: hemos visto muchas piezas donde los actores simplemente no comprenden lo que están recitando y ya no digamos lo que su personaje calla, pero que debe palpitar en la escena como una radiación subterránea. Cuando tenemos delante una compañía que ha trabajado en el análisis de la pieza, en la sutil capilaridad que relaciona a los personajes entre sí y las modulaciones del lenguaje empleado por el dramaturgo primigenio o su adaptador, eso es cosa de agradecer. Porque lo cierto, insisto, es que cuando falta esta labor sumergida es muy evidente y, por cierto, muy decepcionante e irritante para la audiencia.

 

Ramalazos de pringue

El rasgo diferenciador de la puesta del Grupo Emergente era el vestuario. Pocas veces se ha hecho en Venezuela un vestuario teatral que sea una entidad en sí misma (y que no se limite a cubrir a los actores con diseños más o menos alegóricos a sus predicamentos en la trama). El guardarropa de Joaquín Nandez estaba confeccionado en un genero gris pizarra, que aparecía pringado de una sustancia lechosa como yacija (esa mezcla de alimento concentrado y excremento de aves). Todos los personajes, incluso Petra, la angelical primogénita del doctor Stockmann, maestra por vocación e hija de lealtad inquebrantable, llevaba el modesto traje salpicado de churretes blancuzcos. El propio médico, insospechable de alcahuetazgo con la contaminación de las aguas de la ciudad, estaba asimismo rociado de esa sustancia que lucía como arrojada desde lejos con brochazos indiscriminados. Este elemento del vestuario nos alertaba desde el primer momento del hecho de que esa comunidad está azotada por algo mefítico que los impregna a todos, ya sea que lleven culpa en o no. Y, desde luego, le aportaba a la escena una calidad plástica de gran impacto y no poco lirismo.

La intención política del Grupo Emergente estaba muy clara. Esto es una obviedad, todo teatro es político, incluso o sobre todo, el trivial; y Un enemigo… es particularmente provocadora. El Emergente ofreció un espejo para que la sociedad venezolana viera en toda su crudeza al populacho nariceado que anida en sus entrañas. Era una puesta en escena canónica y en ese sentido más que correcta, era emocionante e inspiradora, con un inolvidable Antonio Delli en la piel del doctor Stockmann; pero volvía sobre un hecho ya sabido, -mucho más para los venezolanos de 2013-, y es que las masas son manipulables y en su ignorancia son instrumento ciego de su propia destrucción. Un gran mensaje, y el Grupo Emergente lo hizo con gran solvencia dramática. Pero, muy obediente al texto.

 

Masas culpables

El montaje de Skena no comienza en la casa del doctor Stockmann sino con una rueda de prensa, que no está en el original y que establece de entrada una diferencia muy radical: el entaparado con el balneario, esa verdad cuya revelación supondrá una severa merma de los ingresos de la ciudad (tanto los privados como la municipalidad), va a saltar peligrosamente en la cara de la comunidad, puesto que está al alcance de los medios de comunicación. Muy pronto veremos que la pregunta definitiva acerca de quién es el enemigo del pueblo no involucra exclusivamente a los dos Stockmann, rivales de nacimiento como lo son la verdad y el poder, sino que va a incorporar un tercer polo de sospecha: la sociedad.

En la propuesta de Skena, a partir de una versión escrita por Ugo Ulive, las masas no solo son manipulables sino que quieren serlo. Frente al empeño del poder de utilizarlas para mantener su hegemonía y gobernar sin límites ni escrutinios, las masas se prestan entusiastas a la pueril operación de negarse a ver la verdad y prefieren una inocencia que terminará por salirles muy costosa. Esta es una luz novedosa sobre Un enemigo… Una lectura tremendamente inquisitiva en un país donde las masas han pactado de manera sistemática con un régimen destructivo del patrimonio material, institucional y simbólico de la república. La audiencia venezolana ha ido a la sala de CorpBanca (otro modelo de falta de confort, especie de galpón que, por lo menos en esta ocasión, estaba bien iluminado) a confrontarse con el hecho de que su enemigo no es el poder grosero, confiscador de la verdad (o no solamente) sino su propia labilidad, su cobardía, su infantil fascinación por aventureros, irresponsables, en cuyas manos aviesas ponen destino y dignidad.

Para hacer más gráfico este desplazamiento de la responsabilidad, los periodistas y el pueblo no están en el escenario sino confundidos con el público, entreverados en las sillas. De manera que los gritos para ahogar los argumentos del doctor Stockmann provienen de la audiencia, exactamente del lugar de donde brotan los vítores al felón, los vivas al mandón que ha humillado al país subyugándolo al ocupante. Además, en este montaje los periodistas y el pueblo no están interpretados por aspirantes a actores o bisoños que no han merecido un papel con nombre, como suele ocurrir en las puestas en escena de Un enemigo… sino que son actores adultos, gente capaz de responder por sus actos y mostrarse autónoma en su percepción de la realidad.

Esa vecindad de los actores con los espectadores moviliza a algunos de estos a intervenir en la representación para defender al doctor Stockmann de la bochornosa cayapa. Ya sea levantando la mano cuando el director de la asamblea increpa a los presentes a que alguno se atreva a alzarla para negar que el médico es un enemigo del pueblo o hablando en alta voz para manifestarle respeto y apoyo. En una función de domingo el fervor llegó al punto de que parte de la sala gritaba “Fraude”, cuando el personaje, ateniéndose al texto, condenó al científico aludiendo a una “mayoría evidente”. Igual que la entrega del Grupo Emergente, la de Skena es un éxito de taquilla.

 

Tiempo de mordazas

Pero hay un hecho asombroso. Ugo Ulive había montado esta versión, con variantes en el montaje, pero exactamente el mismo texto, con el Grupo Rajatabla. Y obtuvo un fracaso estrepitoso. Tal fue el desdén del público que Ulive, gran figura del teatro venezolano, optó por alejarse de las tablas incluso como espectador, considerando que al público había dejado de interesarle lo que él tuviera que plantear. Y lo que Ulive planteaba –plantea- en su Un enemigo… es un Stockmann acallado. Literalmente, mandado a callar por el poder y por las masas bobas. Tal es la poda que Ulive hace de los parlamentos del médico que, mientras los papeles de Ibsen rebasan de lejos las cien cuartillas, los de él apenas completan las treinta. Se cargó las dos terceras partes de la pieza, con especial saña en las intervenciones del médico del balneario, que no puede entonces ofrecer los datos de su investigación, defenderse ni enfrentar a sus enemigos. Está amordazado. Pues bien, esa adaptación la hizo Ugo Ulive en 1994, el año en que Hugo Chávez, recién salido de Yare, fue recibido por Fidel Castro con honores de Jefe de Estado y el privilegio de perorar en la Universidad de La Habana.

Ulive, conocedor de Cuba, porque vivió allí en los años 60 (y aún se declara respetuoso de la Revolución Cubana) es, por encima de todo, un hombre honesto y un artista cabal. Sabía muy bien lo que había ocurrido en Cuba y podía repetirse en Venezuela si Fidel Castro convertía al golpista del 92 en operador para su viejo anhelo de incorporar a Venezuela a su proyecto [todo esto es afirmación que quien firma, no de Ulive, quien se niega de plano a hablar de política]. El caso es que en 1994, cuando comienza el idilio entre Chávez y Fidel Castro, Ulive presenta una mirada de Un enemigo del pueblo donde el protagonista es silenciado casi completamente. Y a nadie le interesó esa interpretación del cuento… que en 2013 galvaniza y alebresta.

¿Casualmente?, el 16 de agosto, día en que Leopoldo Castillo anunciaría su salida de Globovisión sin especificar el motivo, invitó a Basilio Álvarez y Jorge Palacios, intérpretes de los hermanos Stockmann, a acudir al programa. Era el día del estreno y Basilio Álvarez trató de cambiar la fecha, pero Leopoldo Castillo insistió sin mencionar que ya no habría otra. En la entrevista que tendría lugar en aquella emisión postrera, el Ciudadano, conocedor de la pieza, interrogaría repetidamente acerca del rol de los periodistas y las presiones de que son objeto en la célebre obra de Ibsen. ¿Acaso esa machaconería fue su pronunciamiento velado con respecto a las presiones que hacen imposible una permanencia en Globovisión sin comprometer la trayectoria y reputación? El tiempo lo dirá…

Al salir de la sala nos quedamos con la pasión del doctor Stockmann en el cuerpo de Basilio Álvarez, quien encarna un hombre que, al verse estrangulado por un mecanismo implacable de marginalización, se ahoga con las palabras trabadas en la garganta. Agotado de estrellarse contra un muro de injusticia y brutalidad solo le quedan sus emociones exaltadas. Sus nervios destrozados. Su desesperación nos resulta familiar. La hemos experimentado en estos 15 años de vergüenza y avasallamiento. Pero, más que nada, guardaremos en nuestro corazón la imagen de ese hombre solitario en la escena final, aferrado a su esposa e hijos, en un abrazo aterido. Lo ha perdido todo, pero no es odio lo que comunica. Ni deseo de venganza. Solo esperanza. Y la certeza de que la verdad y la civilidad terminarán por imponerse. Tarde o temprano.

 

Papel Literario, 15 de septiembre de 2013

 

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