El arroz, entre tantas mentiras

Milagros Socorro

Uno de los productos más sexis de las colas es el arroz. Con el azúcar, la leche, el aceite y la harina de maíz, forma el elenco estelar de las aglomeraciones en los establecimientos de ventas de comida.

Como ocurre con el desabastecimiento en general, el régimen ha logrado hacerles creer a algunos, los más humildes, los más desinformados, que la escasez no obedece a sus políticas fracasadas, así como a la ineptitud y corrupción de sus propios dirigentes, sino a una supuesta “guerra económica” que estarían librando los sectores productivos del país con el Gobierno. Según este embuste, los productores no quieren llevar sus bienes y servicios a los consumidores y los comerciantes no quieren vender sus mercancías. La lógica de esta perversa manipulación es que su ganancia se capitaliza en el mal que le hacen al Gobierno; es decir, ellos no necesitan una ganancia en dinero sino en la satisfacción de contribuir al desplome del régimen.

Esta trampa diseñada para engañar a los pobres entre los pobres pasa por admitir que, efectivamente, el desabastecimiento afecta al régimen y vulnera la gobernabilidad. Por eso, porque es muy dañino, se culpa o otros de este flagelo. Quiere decir que el desabastecimiento es azote que en algún momento se volverá contra el Gobierno hasta hacer crujir sus cimientos. Y que si todavía no lo ha hecho es porque la propaganda ha funcionado y ha encontrado eco en sectores que parecieran estarse poniendo las manos en la cara para no ver lo que tienen delante, quizá porque el engaño los amarra a un último rastro de esperanza y porque admitir su equivocación los dejaría en un descampado emocional muy chocante.

Podríamos desmontar el entramado de engaños con cada producto sujeto a regulaciones y, por tanto, a escasez. Empecemos por el arroz:

En julio de 2012, Chávez prometió, en una visita a la “Unidad de Producción Social Maisanta”, en Barinas, que Venezuela se convertiría “en una potencia productora de cereales, con énfasis en la producción de arroz para cubrir la demanda nacional e incluso para exportar”. Falso.

La verdad es que, para abastecer el mercado local, es preciso importar arroz. Al cierre de ese año, 2012, según el INE, Venezuela pagó $279,5 millones para importar 616.736 toneladas de arroz. Con esos casi 300 millones de dólares se hubieran podido sembrar en Venezuela 113.000 hectáreas, casi la misma cantidad que el Estado financió en cuatro naciones: 119.012 hectáreas.

En esa ocasión, Chávez dijo que había 17 hectáreas donde se estaba produciendo con una “cosechadora traída de Brasil”; y que “en Tinaquillo, estado Cojedes se” estaba “instalando una fábrica de cosechadoras de arroz”. Falso.

El entonces Presidente de la República afirmó que en ese momento se estaba instalando la fábrica. ¿Dónde está? ¿Cuántas cosechadoras se ha producido?

También dijo  que se habían hecho “varios viajes a República Dominicana a comprar arroz, no había arroz, tuvimos que importar porque estaba abandonada la agricultura”. Falso.

Antes de Chávez, Venezuela tuvo años muy buenos y el arroz se exportaba a granel, porque se producía un millón 400 mil toneladas al año. La situación cambió completamente, hasta llegar a ser lo contrario (que necesitemos acudir a mercados extranjeros en busca de arroz), precisamente tras su llegada al poder y la aplicación de controles que nos llevaron importar el 50 por ciento del arroz que consumimos. En la actualidad producción apenas si llega a una cantidad entre 600 y 800 mil toneladas, lo que sólo abastece el 50 %, por lo que el Gobierno se ve en la obligación de exportar la otra mitad.

Solamente en el primer semestre de 2013, Estados Unidos exportó US$94 millones en arroz a Venezuela, un aumento interanual de 62%, lo que nos convirtió en el cuarto mayor mercado de arroz para EE.UU., según el Departamento de Agricultura. Estamos hablando de caso 200 millones de dólares en una año, invertidos para adquirir arroz a los productores norteamericanos. Es una erogación en divisas que el país hubiera podido ahorrarse, al tiempo que hubiera podido destinarlo al desarrollo de los productores locales.

En vez de eso, las expropiaciones, las confiscaciones, los controles y la destrucción de Agroisleña, entre otros factores, nos han traído a la actual circunstancia cuya imagen más flagrante es la de las colas.

 

Publicado en El Carabobeño, el 12 de febrero de 2014

 

 

 

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