Un barco fantasma

Milagros Socorro

En el Reino Unido sí se lo han tomado en serio. La última vez que se tuvo noticia del barco fantasma que vaga por el océano Atlántico estaba a 700 millas de la costa de Irlanda; y luego lo detectaron cerca de Escocia.

Es una amenaza terrible, porque se supone que está lleno de ratas que se multiplican sin cesar y han sobrevivido comiéndose entre sí. La imagen de un crucero que encalla en la madrugada e inmediatamente brota de él una estampida de ratas hambrientas que en un santiamén invaden el reino constituye una fantasía atroz que los británicos hacen todo lo posible por conjurar.

Se trata del crucero ártico Lyubov Orlova, chatarra soviética que lleva un año errando por los mares. Hay indicios claros de que ha estado merodeando la costa británica, pero los aviones de emergencia no lo han podido localizar. Podría ocurrir que una tormenta lo arrime a tierra y, antes de que espabile un cura loco, una caterva de ratas correteen por todo el Reino Unido esparciendo enfermedades y ese chillido espeluznante que no augura sino el desastre.

El antiguo buque fue construido en Yugoslavia en 1976 y luego abandonado en Canadá, cuando sus dueños se vieron envueltos en un escándalo de deudas y maulerías y no pudieron pagar los salarios de la tripulación, que lo dejó en el acto sin detenerse siquiera a pasarle una mano de coleto con creolina que espantara las alimañas.

Las autoridades canadienses iban a llevarlo hasta República Dominicana donde sería desguazado y vendido como chatarra, pero al salir del puerto se soltó del barco escolta y quedó realengo entre la bruma.

Nadie lo siguió para detenerlo o llevarlo a puerto seguro. Solo se aseguraron de que saliera de aguas canadienses. Nadie quería al vencido camastrón soviético de 1.400 toneladas y 295 pies de largo rondando por sus pagos.

Ni los satélites ni los radares han podido detectarlo, pero los británicos temen que las corrientes oceánicas podrían llevar la nave hacia sus islas.

No es que el derrelicto no valga nada. Según el Derecho del Mar, quien encuentre una nave abandonada en el océano puede declararla suya. Y es el caso que el valor de la venta del navío como chatarra se estima en casi un millón de dólares. Por eso, mucha gente ha buscado al Lyubov Orlova, tanto científicos como cazadores de tesoros.

Los pedazos de lo que fuera la Unión Soviética tienen valor como eso, como algo que puede fundirse y convertirse en otra cosa; también como rareza o souvenir. Lo que ningún país sensato quiere es que el buque fantasma vomite lo que trae que, según un tal Pim de Rhodes, “cazador de neerlandeses errantes” de Bélgica, es una efervescente superpoblación de ratas carnívoras.

A su caída, en 1991, la Unión Soviética era un amasijo de fracasos sociales y también una especie de gigantesco cementerio de megaproyectos bélicos e industriales fracasados.

Los monumentales mamotretos inacabados habían consumido el presupuesto de la URSS. Estaban destinados desde su concepción a ser chatarra. Muchos astilleros, por ejemplo, son hoy un jardín de óxido donde se acumulaban floraciones inmóviles.

Los mismo ocurrió con muchas bases militares secretas, devenidas depósitos de chatarra tras el colapso de la URSS. La bahía subterránea de Pávlovskoe, por ejemplo, en el Lejano Oriente ruso, debía ser una base de submarinos, pero en los 60, cuando se agravaron las relaciones con EEUU, la transformaron en refugio contra un eventual ataque atómico. Y a finales de los 70, cuando faltaba para terminar las obras de su construcción, el plan se congeló. La base fue abandonada y los vecinos aprovecharon para llevarse las estructuras metálicas.

Hay casos por montones. Cada cierto tiempo los noticieros de televisión traen un documental que muestra los oscuros fondeaderos de material de guerra, fábricas y ferrocarriles; los edificios paralizados en plena construcción (no hay en el mundo ningún otro país con tal cantidad de edificios abandonados antes de su conclusión. Todo el territorio de la antigua Unión Soviética está plagado de ellos); los búnkeres y fortificaciones, inmensos laberintos con túneles subterráneos que se extienden por kilómetros, complejo de misiles; y, claro, campamentos de barracas donde se hacinaban los presos políticos.

Tiempo perdido, recursos malgastados, trabajo para nada.

Nadie querría que su país se impregnara de eso. ¿O sí? ¿Hay algún país dispuesto a posponer sus metas, a sacrificar generaciones, a permitir la destrucción de sus instituciones y su infraestructura por la llegada de un barco fantasma lleno de ratas voraces?

 

Publicado El Carabobeño, el 5 de febrero de 2014

 

 

3 comentarios en “Un barco fantasma

  1. Voy a arriesgarme a ser el tonto que asume que lo del camastrón soviético de 1.400 toneladas y 295 pies de largo, a la deriva, es una realidad y no un eufemismo para efectos de comparación entre proyectos progresistas y proyectos atados a la rémora del estalinismo, como el castrista y su franquicia madurista. Si ya me cuesta aceptar que se pierda un avión comercial con 132 personas a bordo, que toda la tecnología actual no haya podido seguirle la pista cuando volaba (parece que unas pocas horas) ni hallar sus restos, supuestamente bajo el mar, pues si fuera sobre tierra firme sería todavía más inverosímil. Pues toda esa increíble parafernalia en torno al avión de Malasia, sería niño de pecho, ante un barco de 1.400 toneladas y 100 metros de largo que estuviera flotando como cubano cuentapropista, sin que nada ni nadie haya podido verlo y aprovecharlo. A menos que ese barco represente al régimen castromadurista, que no sólo anda demasiado extraviado, sino que tiene muchos barcos-regímenes cómplices, que nada hacen por detenerlo en su peligroso avance a la deriva.

  2. No es un eufemismo… es una metáfora porque el barco realmente existe o existió, porque para algunos debe haberse hundido. Por otra parte, la metáfora es perfecta; el barco es el socialismo comunistoide, la chatarra es la representación del fracaso y las ratas en nuestro caso particular bien podrían ser los cubanos invasores (con el perdón de los cubanos que se oponen al régimen de los Castro, o lo poco que gracias a Dios queda de ellos).

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