Susana Rotker: Escritura y violencia

Milagros Socorro

Susana Rotker hace conmovedores –y fallidos- esfuerzos para disimular una natural sofisticación que se impone incluso a la falta de maquillaje y al hábito de llevar el tipo de prendas holgadas que se lleva en los campus norteamericanos. Puede decirse de ella que encarna la rara conjunción de gracia, talento, erudición y buen humor.

Profesora e investigadora en Rutgers, University of New Jersey, doctorada en Literatura Hispanoamericana, y periodista, Rotker, que ha transitado los senderos de la crónica como oficiante y estudiosa, aborda ahora las trillas de la violencia urbana en nuestro continente.

-Desde que comencé a trabajar sobre la violencia en América Latina –explica- me he estado preguntando a quién servimos cuando hablamos de estas cosas porque si bien tenemos que hablar de la violencia, estudiarla y enfrentarla, lo cierto es que al abordar este fenómeno y divulgar los resultados de nuestras investigaciones producimos más miedo. En algunas ciudades de América Latina se está creando un nuevo sujeto, el de la víctima en potencia; ahora no somos ciudadanos –en el sentido iluminista del término- sino que todos somos posibles blancos de la violencia y a través de esa potencialidad nos relacionamos con la realidad: todas nuestras acciones al salir de la casa, e incluso dentro de ésta, tienen que ver con el hecho de que podemos ser victimizados. Creo que ésa es la nueva subjetividad que impera en muchas ciudades de América Latina, ésa es nuestra lógica, nuestra manera de relacionarnos con los demás.

“He comprobado, al decir estas cosas en charlas o conferencias, que se produce una reacción de mayor miedo aún. Esto me preocupa pero no creo que debamos dejar de analizar los fenómenos relacionados con la violencia porque el hecho de callarlos no equivale, lamentablemente, a su desaparición. No podemos vivir de espaldas a la violencia y al discurso de la violencia”.

-Pero el miedo ¿es malo en sí mismo o más bien es un factor que permite activar mecanismos de prevención y supervivencia?

-El miedo es lo que nos determina. Y es malo en el sentido de que está definiendo toda nuestra relación social. La vieja idea de la solidaridad ha perdido vigencia ante la irrupción de la desconfianza como pauta de Interrelación en las grandes ciudades. Si alguien te mira por un rato que te parece demasiado largo, te convences de que sus intenciones son agresivas. Efectivamente, no podemos condenar al miedo desde el punto de vista moral porque tiene que ver con el instinto de supervivencia pero más allá de la respuesta individual, en un plano cultural y social, es terrible que sea el miedo lo que nos está determinando como colectividad. El pacto social no puede hacerse sobre la base del miedo, sobre el proyecto de mantenernos cada vez más encerrados para protegernos mejor y que se salve quien pueda. Todo eso hay que repensarlo, los sociólogos lo hacen desde su punto de vista y nosotros, los periodistas y escritores, lo hacemos desde nuestro lado, que tiene que ver con los imaginarios, con la idea de ciudadanía.

-Cuando se hacen encuentros internacionales para abordar el asunto de la violencia ¿ejerce Colombia una especie de estelaridad perversa?

-Obviamente, Colombia triplica la cantidad anual de muertes violentas de Venezuela, por poner un caso. Pero Venezuela está al nivel de Brasil y de México. Hace algunos meses hicimos un coloquio en Cuernavaca para discutir estos temas desde una perspectiva multidisplinaria, en ese contexto, el primer expositor, que fue el colombiano Eduardo Pizarro, advirtió que cada vez que se organiza un encuentro para reflexionar en torno a la violencia empiezan los países a competir para ver cuál está peor. Y me parece que es verdad. Cada país expone sus tragedias con la intención de superar a los otros en dramatismo: Venezuela tiene el sistema carcelario más brutal del mundo… en Brasil se asesinan más niños de la calle que en ninguna otra parte… Pizarro comentaba que está tan difundida la complejidad de la violencia en su país que ya se ha comenzado a hablar de colombianización para aludir a desintegración social. El asunto es que la violencia de Colombia rebasó el marco político para convertirse en una industria y el crimen en ese país cada vez ostenta una marca mayor del hampa, del hampa común, cada día más común. La violencia de Colombia se ha deslizado hacia el terreno puramente delincuencial que comparte con otras ciudades como Caracas y Ciudad México. En Caracas no se habla sino de los atracos y en México D.F. asombran las guardias armadas en las calles, hay ejércitos paralelos que responden a grupos privados y que están uniformados y tienen armas largas. Es una guerra civil no declarada. Como dijo un director de UNESCO hace poco: en América Latina hay 50 Kosovos todos los años.

-¿Cuáles son los bandos en pugna en esta guerra? ¿Es un asunto de ricos contra pobres?

-En realidad, es todos contra todos… bueno, sí… tiene de ricos contra pobres pero temo simplificar el asunto como tantas veces lo he visto banalizado en la prensa: “En Venezuela el problema ha sido siempre el enfrentamiento entre pardos y mantuanos, o entre balurdos y patricios…”. No es tan simple. Para quien no tiene nada los ricos no son solamente aquellos que tienen millones de dólares fuera del país o los que desfalcaron la nación; para quien carece de todo, rico es cualquiera que tenga un carrito ganado a fuerza de trabajo. ¿Cuál es, entonces, el rico, el enemigo, el responsable de la pobreza de otros? La verdad es que el millonario que no paga impuestos, el que sacó su fortuna del país, ése no está visible, no es alcanzable para los criminales como sí lo es el trabajador que está circulando por la calle.

-La imagen de América Latina que circula en el mundo desarrollado privilegia los desastres naturales y sociales por encima de cualquier actividad productiva o de creación. ¿Están los estudiosos latinoamericanos, que trabajan en los Estados Unidos, exentos de esta mirada catastrófica?

-Cualquier investigador que haga su trabajo en los Estados Unidos sabe que en América Latina se produce pensamiento e investigación de primera línea. En una ocasión me invitaron a participar en una mesa sobre derechos humanos en una universidad norteamericana (por cierto que me encanta que derechos humanos empiece a ser una categoría en la academia, que ésta descienda de la torre de marfil y comience a comprometerse con estas cosas) y entre el público se encontraban unos venezolanos que se molestaron conmigo porque yo estaba “dando una pésima impresión de Venezuela y Colombia en los Estados Unidos”. Los insté a que no fueran tan ingenuos y comprendieran que la violencia es un mal universal, empezando por los Estados Unidos donde los niños ponen bombas en los colegios. La verdad es que la violencia no es un mal privativo de América Latina, como tampoco lo es la pobreza. Al dialogar con el mundo desarrollado, en torno a estos tópicos, debemos invitarlos a que se miren ellos mismos para que descubran su propio tercer mundo.

-Usted participa del mundo académico de América Latina y también de los Estados Unidos, ¿considera que se produce un diálogo entre las academias de los dos entornos o que nosotros le vamos a la zaga?

-En América Latina adolecemos de falta de comunicación entre los países. Aquí se lee todo lo que se produce en los Estados Unidos pero muy poco lo que generan las academias de los otros países latinoamericanos. Claro que desde Venezuela o Argentina es más fácil conseguir lo que se publica en Estados Unidos que en el Perú o en Ecuador. El problema no es que estemos a la zaga del mundo desarrollado sino de distribución geopolítica porque es más barato y sencillo viajar a Miami que a Guatemala, por ejemplo. En América Latina hay investigadores excelentes que están trabajando temas distintos, que no son los que están de moda en Estados Unidos.

-¿En qué está trabajando en la actualidad?

-Estoy tratando de unir lo que hice con las cautivas de Argentina (mujeres raptadas en siglos pasados por los indígenas), que es un trabajo sobre memoria, escritura y formas de construcción de la memoria colectiva (así como también del olvido, de los desaparecidos como tradición argentina), eso se ha ido empalmando con una preocupación por la violencia y cómo se escribe ésta. El año pasado estuve investigando acerca de cómo se ha escrito sobre el 27 de febrero de 1989, en Venezuela, fecha que demarca, ya definitivamente, un antes y después del país. Estoy trabajando dos aspectos al mismo tiempo: por un lado, investigo en las crónicas y el periodismo la construcción de identidad; y estoy yéndome para atrás de nuevo (siempre me ha gustado indagar en los precursores de la Independencia, he trabajado mucho a Simón Rodríguez, Fray Servando Teresa de Mier…) y estoy trabajando sobre Gual y España, las primeras proclamas sobre los derechos del hombre y del ciudadano a ver cómo se creó ese pacto social cuya consecuencia somos nosotros en la actualidad. Creo que lo que me mueve es la necesidad de saber cómo se concibió el pacto para armar la nación… y dónde falló.

 

Verbigracia, suplemento literario de El Universal, julio de 2000


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