La velocidad en la escritura

Milagros Socorro

Suele pensarse que los escritores son criaturas privilegiadas que trabajan sólo cuando se ven arrebatadas por un numen del que emanan sus ideas y de donde surge el impulso orientador de sus esfuerzos. La verdad es que aquellos que han completado una obra consistente han desarrollado un conjunto de hábitos que les permiten dar inicio a sus textos y avanzar en ellos con independencia del ánimo en que se encuentren. Desde luego, no siempre se escribe con la misma eficiencia. Lo curioso es que la mayoría de los escritores venezolanos consultados para esta encuesta, -todos los cuales tienen varios libros publicados o divulgan sus textos con gran frecuencia en los medios de comunicación- se consideran lentos. Para evaluar la velocidad en la escritura con aspiración estética, hemos pulsado los testimonios de siete escritores probados en varios registros (poesía, narrativa, ensayo, guiones, dramaturgia y periodismo). Y aquí están los extractos de sus respuestas.

Yolanda Pantin, poeta, ensayista, autora de cuentos para niños y cronista, considera que escribe muy lento. “Me cuesta mucho escribir y es igual en todos los géneros. Pero como editora no concibo a un escritor lento, soy muy impaciente”.

-Mis hábitos han cambiado con el tiempo y si antes esperaba la inspiración y que una frase, una imagen, una metáfora, me cayera del cielo, ahora no lo concibo ni me interesa. Es más, ahora recelo de la inspiración y confío más en una idea que ha madurado con los años, algo que he pensado o que pienso escribir. Esta escritura es diferente porque tiene más respiración, los poemas parecen fluir, parecen naturales. Si antes mi poesía era balbuceante, ahora es más fluida, más clara, si se quiere.

Entre todos los géneros que practica, el que con mayor morosidad se le da es la narrativa. “Pasé diez años para escribir un texto de diez cuartillas, y no estoy exagerando. También me cuesta mucho el ensayo, pero menos, en el sentido de que una vez que agarre el tono, comienzo a escribir como una manera de entender qué es lo que estoy escribiendo… Esa es mi relación con el ensayo. La poesía no es tan difícil, o lo es de otra manera. No me cuesta escribir poesía, aunque de cada poema guardo infinidad de versiones”.

 

Eugenio Montejo, poeta, ensayista y autor de textos críticos sobre arte, se confiesa por temperamento de un tiempo lento. “Tiendo a demorarme en lo que escribo cuanto me sea posible. Sin embargo, como todos, me veo a veces compelido por plazos más o menos perentorios. En tales casos trato de cumplirlos si a ello me he comprometido. Me hago entonces de una pauta y procedo a desarrollarla. Trazo el bosquejo de un primer borrador, y luego procedo a corregirlo, tratando de armonizar el sentido y la arquitectura del escrito. Esta segunda operación  -que muchas veces se prolonga en múltiples correcciones-, resulta ahora más simplificada gracias al auxilio de la computadora.

-Sin duda, -añade Montejo- la escritura se dificulta más cuando el ánimo se resiste a  acompañarnos en la empresa. En tal estado, sólo el gobierno de la voluntad puede ayudarnos. Y sin embargo, no falta el momento en que empecemos a escribir algo que nos cuesta, por contrariedad o  falta de entusiasmo, y tras los primeros párrafos la escritura desata su propio impulso y el ánimo se pone de nuestra parte. Todo esto que he anotado se refiere por supuesto a un escrito que bien puede ser un artículo, un ensayo o un texto de compromiso. Cosa muy distinta es la poesía, pues ésta sí que no admite plazos ni pautas previas. La poesía tiene su propia velocidad y resultaría nefasto imponerle otra. Ocurren en ella momentos en que, como afirma Pasternak, las respuestas nacen antes que las preguntas, son raros y casuales, pero tales momentos no se pueden suscitar adrede. Finalmente, por experiencia se sabe que no conviene intentar a un mismo tiempo la escritura ensayística y la poesía. O una cosa o la otra, como decía T.S. Eliot.

 

Para Antonio López Ortega, narrador, ensayista y articulista, hay grandes diferencias en el ritmo que se imprime a estos géneros. “Para el articulista la velocidad es mayor que para el narrador. El primero es un albañil: va colocando los ladrillos y los pega con cemento. El segundo siempre va de pesca, y las especies vivas que se trae desde el fondo del lago pertenecen al flujo de la inconsciencia”.

-En la escritura creativa, -dice López Ortega- escribo lo que se me viene a la mente. Y cada cierto tiempo, generalmente cuando el flujo se corta, reviso lo escrito. Una forma de retomar el hilo es releer lo escrito. La escritura creativa siempre será más exigente, y por lo tanto más costosa, que aquella correspondiente a artículos o ensayos. Como en la escritura creativa no dominamos todas las variables, los resultados tienen una alta proporción azarosa. Hay días buenos y días malos. Hay grandes momentos o hallazgos y hay también calles ciegas.

El trabajo como escritor del periodista y cineasta Carlos Caridad se desarrolla en tres campos principales: el audiovisual, el radiofónico y en la red, como bloguero.

-En los dos primeros, ambos narrativos y dramatúrgicos, no me siento a escribir sin saber de antemano cuál es el conflicto. Si lo hago antes, es tiempo perdido porque no voy a producir nada que valga la pena. Una vez descubierto el conflicto, hago un esquema en el que pongo cómo se manifiesta éste en diversos aspectos del cuento. Para hacer el esquema uso un programa llamado OmniOutliner, que ayuda a organizar las ideas y los temas.

“Como básicamente estoy escribiendo para televisión y radio, no le doy mucha vuelta a la estructura. En radio siempre hay que usar una estructura lineal, repetitiva. Al principio me costó mucho, porque venía de escribir para la prensa y los trabajos audiovisuales, donde la repetición es un defecto. Con la escritura para televisión pasa algo parecido, sólo que no tengo que buscar el conflicto porque ya lo tengo definido de antemano. Tengo un banco de ideas que uso para casos de emergencia”.

-Toda la metodología de trabajo que he desarrollado –concluye Caridad- tiene como objetivo escribir lo más rápido posible y que las condiciones de presión no hagan de la escritura una tarea desagradable. Escribo con dos o cuatro dedos, tan rápido como pienso.

Victoria de Stefano, novelista y ensayista, asegura no ser veloz en la escritura. “Puedo escribir ensayos con más rapidez, por ejemplo, dos, tres cuartillas en un día, y los días subsiguientes, a medida que tengo claro el diseño y el hilo de las ideas otras tres o cuatro; pero, eso sí, sólo cuando tengo la primera cuartilla avanzo con cierta rapidez”.

-Escribir novelas me lleva mucho más tiempo. Ahí lo fundamental es el primer párrafo, pero hay que contabilizar el tiempo que se invierte en ir macerar la idea;  el proceso de gestación de la novela puede llevar meses. Esto cuenta también para el ensayo. Escribo todos los días, incluso sábados y domingos, al menos unas horas. Puedo pasar una mañana frente a la computadora y escribir sólo unas líneas, no importa, ése no es tiempo perdido. Sólo cuando la novela está avanzada puedo escribir varias cuartillas en un día, ya tres para mí son muchas, un acto de inspiración con el favor de los dioses o de las diosas. No escribo más rápido de lo que pienso, de ahí que no importe el hecho de escribir con uno o dos dedos, un dedo es suficiente.

Mónica Montañés, narradora, dramaturga, periodista y guionista de cine y TV, considera que de sus tiempos de reportera ha debido quedarle el hábito de escribir muy raudamente, para cumplir con la hora de cierre. “Escribo muy rápido, en todos los géneros en los que me desenvuelvo, tenga o no una fecha de entrega”.

-Una pieza de teatro sale en un mes o dos, a lo sumo. Cuando se trata de cuentos, suelen salir de una, en un día. Mi novela, Perlas falsas, salió en unos cuatro meses, a un ritmo de capítulo diario. Las crónicas de Estampa salen de golpe, en una tarde. En las telenovelas, toca parir un capítulo diario, de lunes a lunes, con sus cuarenta y pico de páginas y sus chorrocientas escenas. Claro que me paso meses con la idea dando vueltas en la cabeza hasta que me dispongo a escribir. De manera que cuando por fin me siento ya está todo listo en mi mente y es sólo cuestión de instalarme, feliz, a que me la dicten mientras transcribo.

Para Federico Vegas, narrador, ensayista y articulista, los géneros se dividen en dos grandes grupos que suelen ser enemigos: lo que nos imponen los demás y lo que nos imponemos sin saber desde dónde o para qué.

“Obviamente lo impuesto por el prójimo, tiende a darse con mayor velocidad. Lo que nos sale del alma tiende a ser más lento, pero hay casos de una producción vertiginosa y explosiva que deja boquiabierto al propio escritor”.

-Las buenas cosas son las que combinan textos que uno no sabe para qué pueden servir cuando las escribe, con tramas preconcebidas y bien organizadas. Es decir, pura inspiración sin propósito, y puro propósito sin inspiración. Luego uno corrige para que no se vean las costuras. Lo que me exijo diariamente es una fuerte sensación de pecado seguida de
arrepentimientos cuando no escribo. Y, por lo general, utilizo el «sinonimodo», que es una fusión de diccionario de sinónimos con «ni modo si no se me ocurre otra cosa».

Para la poeta, narradora y periodista, Jacqueline Goldberg, la escritura ha sido siempre una perenne batalla entre la rapidez y la dilación: la rapidez que exige el pensamiento para cobrar forma en la página y la dilación que exigen las ideas densas, sosegadas, maduras.

“Cuando empecé a escribir cuentos y pésimos poemas a los nueve años, entendí de inmediato que mis dificultades motrices (temblor, lentitud al escribir) me impedirían llevar al papel lo que había en mi mente. Y sin mayores rodeos aprendí a escribir en la máquina eléctrica de la oficina de mis padres. Pronto alcancé grandes velocidades que contribuyeron a una escritura fluida y constante. Hubo épocas en las que escribí veinte poemas por día. La escritura se acopló entonces al ritmo que permitía la máquina de escribir. Jamás he escrito a mano, si acaso algunas anotaciones. El ritmo que requiere mi escritura está acotado por la velocidad que permite hoy el computador. Si un día me privaran de él, probablemente dejaría de escribir”.

-La escritura de todos los escritores, ha estado siempre limitada por la velocidad que permite la mano o la máquina. Y no a todos les interesa superar esa barrera. Creen que ésa es su velocidad y no otra. A mí sí me perturba no poder escribir a la misma velocidad que surge el pensamiento. Creo que escribo más rápido poesía. El verso sale de un tirón, pero luego vuelvo a él. Y regreso tantas veces como versos van apareciendo. En narrativa el asunto es distinto. Las frases deben estar más hiladas, más atentas a la sintaxis. Ello imprime un poco más de lentitud a la escritura. Pero igual que en la poesía, para escribir otra frase u otro párrafo, vuelvo a las primeras palabras.

A Isaac Chocrón, dramaturgo, novelista, ensayista y articulista, no le preocupa la velocidad que le tome escribir algo, sino el ritmo que logre al escribirlo. “El ritmo es todo: las palpitaciones acompasadas que le dan vida al asunto y a los personajes. Por eso siempre empiezo escribiendo a mano (con la izquierda, porque soy zurdo y supersticioso). Y cuando lo que escribo toma rumbo, entonces puedo pasarlo a la letra impresa en la computadora. Me falta dejarlo reposar, corregir, volver a dejarlo reposar, volver a corregir, hasta que me parezca que está a punto. Me da lo mismo la aventura en la que me he metido: sea teatro, novela o ensayo. A lo que sea, le impongo el mismo rigor: lograr el ritmo. Sigo al pie de la letra el consejo que Hamlet le da a los cómicos: ‘Que la acción corresponda a la palabra, y la palabra a la acción’.

 

Publicado en la Revista Clímax, abril de 2006

 

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