El estudio 2 de Venevisión

Milagros Socorro

La luz y la atmósfera, en general, son como de pesebre. De esos grandes nacimientos donde las figuras tienen tamaño natural, o casi, y están iluminados de manera tenue en ciertos tramos y muy fuertes, en otros; con tonalidades rosas y dorados, que acentúan la sensación de alta emocionalidad. El espectador tiene la sensación de estar ante un acontecimiento al mismo tiempo sagrado y teatral, y de que está ante la representación de episodios ya conocidos, pero al mismo tiempo totalmente nuevos. Como un belén de grandes dimensiones. El punto es que un estudio de televisión es una burbuja de realidad: no es, como podrías creer, un montón de paredes de cartón piedra, donde un bombillo de ochenta mil vatios alumbra a una actriz con tres kilos de maquillaje nada más en la cara. Es mucho más sofisticado, más complejo, más interesante y más conmovedor.

Estuvimos en el estudio 2 de Venevisión, con la idea de que el set donde se graban telenovelas es uno de los lugares claves del mapa mental de Venezuela. Llegamos poco después del mediodía e ingresamos a un mundo donde la luz natural no es más que un artificio logrado con varias hileras de focos amarrados al techo. De hecho: no hay manera de que se cuele un rayo de sol en ese recinto, capitaneado por el aire acondicionado.

Hemos llegado un poco después de mediodía, en el momento del ensayo. Más de 40 personas se afanan en el espacio equivalente al de un apartamento mediano; y, sin embargo, apenas se oye un murmullo sobre el que flota, estentórea, la voz del director. En el estudio 2 han creado una casa de hacienda (bueno, la idea de casa de hacienda que se tiene en Caracas, en buena medida porque la televisión la ha difundido). Es una residencia de finca en el pueblo ficticio de San Jacinto del Morichal, uno de los emplazamientos donde transcurre la trama de Un esposo para Estela, escrita por Camilo Hernández.

Entramos al estudio por un costado y nos vamos acercando al set propiamente. Avanzamos por un callejoncito cuyo piso está tapizado con un papel que imita, muy eficientemente, por cierto, aquellos mosaicos de las casas tradicionales. Hay unos 25 técnicos (iluminadores, camarógrafos, operadores de video, operadores de audio, operadores de videotape…). Y de pronto estamos casi dentro de la escena. Es la cocina de la casa y alrededor de la mesa se congregan los actores para escuchar las indicaciones de su director. Me sorprenden sus rostros y su actitud. Parecen liceístas congregados para montar una pieza de Aquiles Nazoa, a estrenar en el fin de curso. ¿Dónde están los hipersexuales de la televisión? ¿Qué se hicieron las devoradoras de hombres, los depravados, los que no pueden recitar un par de versos sin drogarse hasta las uñas? Y qué hacen aquí estos muchachitos, con panqué y chapas en las mejillas, atentos a un director como alumnos aplicados de una escuela primaria. ¡Son los actores! Es tan evidente su deseo de hacerlo bien y de agradar, que provoca pedirles que se calmen, asegurarles que todo saldrá de maravilla. Al concluir el ensayo de una escena, que repiten las veces que sea necesario sin que nadie se queje ni mire al techo, intercambian camaraderías como compañeros de liceo que han coincidido en las aulas desde kinder.

 

 

El estudio 2, que en pantalla se ve descomunal, no es demasiado grande. Tiene290 metros cuadrados, es el más pequeño de la planta. La sede de Venevisión, a diferencia de, pongamos, Venezolana de Televisión, no fue concebida desde el plano para albergar un canal de televisión, sino que era otra cosa en la que se incrustó una televisora, ante cuyo crecimiento se fueron agregando pedazos, niveles, pasillos, pasadizos, escaleras, oficinas, instalaciones técnicas y, en fin, nuevos espacios, hasta configurar un laberinto de apreciable complejidad, que se va enredando en35.250 m2de construcción, y otras “instalaciones periféricas”, que abarcan 25.000m2. Hay estudios para los espacios informativos y de opinión, así como para los espectáculos. Para los dramáticos, están dispuestos los estudios 2, 3 y 5.

El estudio 2, preparado para la grabación, de Un esposo para Estela es particular. No es un parapeto de quita y pon, sino un escenario fijo, que estará allí durante los meses que dure la teleserie. Esto significa que, además del papel pintado como mosaico de colores mostaza, azul añil y carmín, hay pisos de caico de verdad, puestos allí por albañiles contratados para tal fin (y no por el departamento de utilería del canal). Las paredes están revestidas de yeso pintado. Todos los aparatos y utensilios del escenario son reales y funcionan en verdad: la vieja nevera, comprada a un anticuario de Caracas, enfría perfectamente y, de hecho, está llena de comida; el fogón tiene llama y, por cierto, calienta un sopón absolutamente comestible, del que sale vapor auténtico; y el grifo del lavaplatos es un tubo de metal (no de anime) del que brota agua.

Es preciso enfatizar en el hecho de que la instalación de un estudio con un decorado fijo es una eventualidad muy excepcional, puesto que lo habitual es que constantemente “se monte y se tumbe”, como dicen en el oficio televisivo, los escenarios. Además, en este caso el decorado reproduce la casa de hacienda según la disposición que podría tener en la realidad (y no en forma modular, como suele hacerse para los rodajes de cine y televisión), lo que permite hacer filmaciones con steady cam y en 360º; esto es, siguiendo a los personajes en la medida en que se vayan desplazando por las diferentes habitaciones de la casa, sin necesidad de hacer cortes en la grabación para empatar después. Desde luego, una grabación de ese tipo requiere ensayos, porque es preciso coordinar el movimiento de los actores con el de los camarógrafos que van a estar caminando junto a ellos con las cámaras al hombro (habitualmente se trabaja con tres cámaras), y, paralelamente, acoplar las luces que van graduándose en la medida en que los actores van cruzando los diversos espacios. El estudio 2 tiene unas 200 luces puestas en una especie de rieles en el techo. Para dar la impresión de que la luz natural llega a la cocina de la casa de hacienda tamizada por unos árboles, los técnicos ponen papel bond con grandes agujeros (más o menos del tamaño de un plato llano). Y, efectivamente, se ven manchones de luz que dan la impresión de haberse colado a través de las ramas.

 

 

Nadie fuma pero el estudio huele a chicote. No se ve humo. No podría haberlo, sería demasiado riesgoso y molesto para los no fumadores, pero el ambiente a ratos apesta a colilla. Hay una pausa en el ensayo. Daniela Alvarado, la protagonista de la telenovela se afana con su black berry. Atrona la voz de Claudio Callao, el director, un brasileño enérgico, entusiasta y carismático, conocido por su participación en la grabación de la telenovela brasileña Pantanal (Rede Globo, 1990, escrita por Benedito Ruy Barbosa). Ha dirigido 32 telenovelas entre Brasil y Venezuela, adonde llegó por primera vez con un contrato de Marte TV, que lo llamó para ponerse al frente del equipo de Las dos Dianas (José Ignacio Cabrujas, 1992). Su estilo de dirección es el corset: marca el más mínimo gesto. No es de extrañar, Callao, de 47 años, hizo un posgrado en Cinecittá (en italiano, ciudad del cine), en dirección de actores.

Los estudios 2 y 3 -donde también se grabarán escenas de “Un esposo para Estela”-, son los más antiguos de Venevisión. Allí se grabaron las primeras telenovelas que llevan el sello de esa planta. En el estudio 2, donde ahora cuelgan plantas de verdad, de las que hay que regar, y parlotean los periquitos, se grabó Las Amazonas (César Miguel Rondón, 1985), exitoso seriado de tema hípico, cuyos exteriores fueron rodados en el haras Monumental, en el estado Yaracuy. Dado que la trama de Un esposo para Estela también tiene caballos y jinetes, se están haciendo filmaciones en exteriores ubicados en los valles del Tuy.

Partiendo de que en brasil todo es inmenso y los brasileños se jactan de la monumentalidad de su país y de todo lo que hay en él, cabría pensar que a Claudio Callao el estudio 2 de Venevisión podría parecerle pequeño o menos dotado que los de Rede Globo, un coloso de la exportación de teleseries. No es así, sin embargo. “Me gusta mucho este estudio”, dice Callao en un descanso. “Está bien equipado desde los puntos de vista técnico y humano. En lo tecnológico, tiene los mejores equipos; y, en cuanto a los técnicos y actores, Venezuela tiene un nivel muy bueno en dramáticos. No veo gran diferencia con Brasil. Y en esta novela, específicamente, la calidad actoral es altísima”.

Tal como se hace en el titán amazónico, en Venezuela las grabaciones comienzan a las 8 de la mañana y no se sabe cuándo pueden terminar. Según Callao, que ha dirigido en España y Portugal también, “los actores son igualitos en todo el mundo. Tiene las mismas malas mañas y las mismas buenas artes. ¿Cuáles son las malas mañanas? Bueno, que se distraen en cuando hay una interrupción en la grabación ; y se ponen a hablar por teléfono con sus parejas, a mandarse mensajitos y a manipular esas black berrys. Y sus buenas artes están a la vista: tienen talento, capacidad de improvisación, son disciplinados y responsables, se conducen de manera respetuosa conmigo…”.

A través de una intrincada red de pasillos y galerías, llegamos a un cuartico que parece una cabina de avión. Dos cabinas de avión, puesto que hay una, muy gran, ante la cual se sienta Claudio Callo; y otra más allá, comandada por Antonio González, luminotécnico, según diseño de iluminación de Fredy García (precisión en la que González insistió). El luminotécnico mide 1’78 m y trabaja en un área de 1’10, subiendo y bajan luces “para crear atmósferas”, dice, orgulloso de su trabajo.

Un actor baja por unas escaleras para llegar a la cocina del escenario. Callo lo detiene: “no pegues tanto el pie en el stair, baja más suave”. El actor repite el movimiento, está vez pisando leve. Una actriz sale de la cocina llevando una bandeja a la sala; y luego regresa. La cámara la ha seguido. “Atención, que va a entrar Daniela por detrás”, grita Callao, a través de un micrófono que lo comunica con el estudio. Entra Daniela. Hablan. Recitan sus parlamentos. Se ríen. Claudio, que ha seguido la escena con atención y diciendo los parlamentos en silencio, se ríe a su vez. “Muy bien, muy bien. Me gustó. Quedó chévere”.

-Esta novela tiene mucho humor –se vuelve hacia los visitantes-. Y yo me divierto mucho. Tiene que ser así porque de otra manera no podríamos aguantar la presión: esta novela tiene tantos detalles y es tan exigente que puedo decir que estamos haciendo una película de 53 minutos por día.

Los estudios de televisión deben estar refrigerados por aires acondicionados que trabajan a toda mecha para mantener las bajas temperaturas requeridas por el mantenimiento de los equipos. De otra manera, cabe suponer, sería insoportable el calor generado por los bombillos de hasta 5000 vatios usados en los escenarios. De hecho, cuando las luces se recalientan, los actores empiezan a sudar y se estropea el maquillaje, lo que impone la suspensión de la grabación.

La escenografía, llena de detalles, se completó con “cosas compradas y cosas alquiladas (como el piano)”. Los juegos de muebles son de verdad. Tanto que, cuando no están grabando, los actores se sientan en ellos para repasar la letra. Y en cada rincón del estudio puede verse un actor con un libreto en la mano, hablando con un interlocutor invisible, a quien enamoran, tratan de convencer, interrogan o llevan la contraria. Parecen locos.

 

Publicado en la Revista Clímax, octubre de 2009


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